25/3/14

¿Felices vacaciones?



Llegó el verano y con él el fin de curso, ¡adiós a 3º de la ESO! Las vacaciones y el descanso… ¡Bendito descanso! Mis notas habían sido excelentes por lo que mis padres y mi hermano habíamos ido a celebrarlo todos juntos a Lisboa. Hacía ya unos años mi padre insistía en ir a conocer la ciudad. Los demás no estábamos muy convencidos, pero finalmente accedimos; además, ¿qué mejor regalo que un viaje? Pues aseguro que muchas cosas.

Emprendimos el largo camino (desde Valencia) a las 7:00h nada más y nada menos. Mi padre quería madrugar para poder llegar a una hora decente, según él. Por mi parte, yo no estaba nada entusiasmada. Primero el madrugón, a las 5:00h, ya que mi hermano “el tortuga” no sabía tragar unos malditos cereales en diez minutos. Ese día coincidía con mi cumpleaños, entonces ya había recibido los regalos por parte de mi familia, mejor dicho, el regalo. Y no uno cualquiera, era de mi querido hermanito (5 años), el cual se había acordado tanto de mí que me dio un precioso y emotivo dibujo en el que aparecía la mascota del vecino del cuarto, un perro salchicha muy impertinente y repelente al que odiaba con todas mis fuerzas (y él lo sabía perfectamente), con un bocadillo que rezaba: “¡Felizidades!” . En fin…

Nada más arrancar el coche me había puesto los auriculares para poder estrenar el ipod, el cual me lo regalara mi madrina, la única que sabía hacer regalos. (¡Gracias madrina!) Cómo no, el móvil iba conmigo a todas partes. No estaba dispuesta a mantenerme al margen de la sociedad durante unas diez horas seguidas encerrada en un coche con las ventanillas cerradas en pleno junio (esto se debía a mi hermano, el que según mis padres se resfriaba muy fácilmente y el viento que entraba por las ventanillas lo afectaba, ¡patético!).

Y por si no fuera poco, mi novio Eric se había enfadado conmigo el día anterior por dejarlo solo en su pueblo perdido en algún lugar de la nada. ¡Qué culpa tendría yo! Ni siquiera me hablaba por Whatsapp, no contestaba a mis llamadas e ignoraba mis SMS. Y tenía un pico de oro, me había llamado: “chica de quince años inmadura y fracasada, hija de…” ¡Qué encanto! Fue ahí precisamente, después de estar con él dos años, cuando caí en la cuenta de que Eric era un engreído, un ignorante y un imbécil. (Con perdón).

Por todo eso mi humor era de perros. Y todavía quedaban más cosas.
Ya llevábamos una hora de viaje, veintisiete grados (a las ocho de la mañana, no quería ni pensar cómo sería a las doce del mediodía), mi querido móvil sin batería, admito que fue por mi culpa, escuchando unas canciones de los ochenta, culpa de mi padre, y lo mejor: sin aire acondicionado porque se había estropeado, culpa del coche. ¡Qué casualidad! Tuvo que dejar de funcionar justo el primer día de calor.

A las 10:30h nos habíamos parado en un pueblo a tomar un café (mis padres), una coca-cola (mi hermano) y yo una fanta bien rica y fresca. ¡Algo bueno! Eso mismo pensé justo antes de descubrir un BNI (bicho no identificado) flotando en mi bebida. Acto seguido vomité encima de mi hermano. Tuvimos que buscar una tienda de ropa decente, no una de pantalones de pueblo total. Cuando lo logramos, Carlos, mi hermano, tardó un veinte minutos de reloj en cambiarse. Decía que ya era mayorcito para aprender a vestirse solo como lo hacía yo. No dejó a mis padres ayudarle y acabó con una bofetada por mi parte, ya estaba harta de su numerito de “hacerse el mayor”. Por pegarle, mis padres me riñeron y me requisaron el ipod y el móvil (aunque no tenía batería) y me ordenaron que no abriera la boca en todo el viaje para decir ni una sola palabra. Entonces, cuando me entrara la urgencia de ir al baño no podría avisar a nadie, me pondría a dar saltitos para aguantarme y me castigarían por ello. No, si mi vida es muy interesante…

Llegamos a las 17:25h a Lisboa. Yo ya me encontraba tremendamente agotada, exhausta y cansada. Mi enfado se había convertido en angustia por no poder escuchar música y hablar con mis amigas por el móvil, más tarde se convirtió en pesadez, por ir aguantado a Carlos cantar “Los Lunnies” y por último se transformó en sueño cuando mis párpados se dejaron llevar y finalmente se cerraron. Me desperté ya en el parking del hotel y arrastré los pies por los pasillos hasta llegar a la habitación. Ya en ella, me dejé caer en la enorme cama matrimonial.

Mis padres me devolvieron el móvil con una condición, que no volviera a meterme con mi hermano. (¡Buff, eso lo cumpliría tan solo unos diez minutos!) Lo enchufé para que cargara y al encenderlo, recibí varios whatsapps de mis amigas y… ¡¿mi exnovio?! Leí el de este último:

Siento haberme comportado como un verdadero idiota. ¿Quieres volver?

Mi corazón se aceleró, ¿diría la verdad? Puede que no fuese un imbécil al fin y al cabo… Tenía más mensajes de él, eran de una hora más tarde:

¿Eres idiota?

Vale, rectifiqué lo dicho.

¿Por qué no contestas? Se acabó, no quiero volver a verte.

Aquello me enfureció y le respondí con un insulto que no escribiré a continuación. Después de bloquearle, leí los mensajes de mis amigas. Ellas al menos no me insultaban ni me decían que no querían volver a verme. Me preguntaban qué tal por Lisboa, si era divertido… El último whatsapp decía:

Por cierto, ¡Felices Vacaciones!

Resoplé, ¿en serio? Desde luego eran de todo menos felices. Apagué el móvil y dejé  que siguiera cargando. "¿Por qué tenía que pasarme todo aquello a mí?", pensé mientras me acomodaba en la cama y cerraba los ojos. 

19/3/14

Capítulo cuatro



Durante el viaje caminamos en silencio, mi mente seguía bloqueada y además no me apetecía entablar una conversación en aquel momento. Es verdad que los fantasmas se desplazan más rápido que las personas, pero no a la velocidad de la luz, tampoco. Como no era un fantasma del todo, llegué al aeropuerto de Asturias cansadísima, Ángela no. La tarde ya se cernía sobre nosotras y el sol comenzaba a ponerse. Lo único que me contó mi compañera fue que me sorprendería al entrar en el avión, no me dijo el por qué, yo tampoco se lo pedí. Últimamente pocas cosas eran normales. Y tenía razón. Nada más entrar en el vehículo me quedé pasmada. Teníamos que viajar con otras personas, claro está no había “aviones fantasmas”, lo que no tenía en mente era encontrarme con una multitud de fantasmas todos apretujados en medio del pasillo del avión.

– ¿Qué…? – empecé a decir, pero Ángela me interrumpió.
– Vayamos a la parte de delante que hay más espacio. – mientras me lo comunicaba me empujó hacia la zona delantera. Aquí había un poco más de sitio libre, solo un poco. – Como ves existen fantasmas viajeros. – bromeó. A mí no me hizo ni pizca de gracia. – Al menos podías reírte. – comentó ella un poco molesta.
– No todos los días se ve un avión repleto de personas muertas compartiendo espacio con personas vivas. – repliqué. – Pero bueno, tendría que llegar el primer día, ¿no? – añadí.

De repente una azafata me atravesó literalmente. La sensación fue muy extraña, al principio noté un pequeño calambre que me sacudió levemente, luego nada. Instintivamente me llevé una mano a la cabeza, el torso, los brazos y piernas para comprobar que no me faltaba nada. Ángela se reía.

– También es la primera vez que alguien pasa por encima de mí de esa manera. – me puse a la defensiva.
– Bien, el trayecto será largo, mejor nos sentamos y me preguntas todo lo que quieras, ¿vale?
– Espero que salga mejor que con aquella vieja chiflada. – digo muy bajo, de manera que Ángela no me oiga. – Pues, explícamelo todo.
– Empezaré por contarte un poco este mundo tan nuevo para ti. Existen muchas leyendas sobre nosotros (los fantasmas). La mayoría no son más que cuentos. Es cierto que somos invisibles y podemos traspasar muros y paredes, también somos capaces de coger objetos. Eso de que hay testigos que vieron con sus propios ojos moverse cosas, es mentira. Igual que no nos ven los vivos, tampoco ven nuestros actos. Es lógico. – puede que fuera lógico, pero yo siempre pensé lo contrario. – Tampoco es verdad que flotamos.
– ¿Y Casper? – no logré contenerme. Me di cuenta de que era una pregunta estúpida en cuanto salió de mi boca.
– Casper es un dibujo animado para niños. – me explicó con un tono infantil – ¿Tú ves que nos falten las piernas y los pies y flotemos en el aire? –- hice caso omiso de su comentario. – Como ves no nos conocéis… en absoluto. Y nosotros nos podemos hacer daño unos a otros, aunque estemos muertos. – puntualizó – Los vivos no nos afectan, los muertos sí.
– ¿Y cabe la posibilidad de que un fantasma muera agredido por otro fantasma? – vale, otra pregunta estúpida.
– No. Los fantasmas estamos muertos.

La sensación de estar muerta todavía no encajaba dentro de mí, siempre había pensado que cuando llegara mi hora después iría al cielo. (En realidad nunca lo fue así para ser sinceros, pero como tampoco creía en los fantasmas no tenía otra teoría). Ahora que la vida me había abandonado, no conseguía meterme en mi pequeña cabeza esa idea.

– ¿Y qué era el edificio dónde me encontraba? – cambié de tema. Ángela dudó un poco a la hora de contestar.
– Es… era la sede de Asturias.
– ¿De qué era la sede?
– ¿Por qué estás tan interesada en el edificio?
– ¿Por qué no debería? – ella suspiró.
– Era el lugar donde vivíamos y trabajábamos un grupo de fantasmas científicos. Me refiero a personas que fueron científicas en su día. Tus abuelos te llevaron allí porque ellos conocían el lugar. Les ofrecimos sitio donde alojarse pero lo rechazaron, prefirieron quedarse en su casa. – eso significaba que desde que murieron estuvieron conmigo (y con mis padres) todo el tiempo. No se habían ido.
– ¿Cuántas sedes hay?
– Hay una en cada provincia, fuera de España también. En todo el mundo existen muchísimas. La primera fue creada en nuestro país por un grupo de fantasmas que ocuparon un edificio abandonado. Uno de ellos era etéreo y sus amigos, todos científicos, descubrieron su “anomalía”. No sabían con certeza qué significaba, algunos años después fue creándose la idea de los etéreos hasta hoy en día. – me quedé unos minutos asimilando la información.
– ¿Y el edificio abandonado estaba en un bosque? – pregunté.
– Mmm… no que yo sepa, ¿por?
– La sede de Asturias se hallaba en el bosque, ahora nos dirigimos a la Selva Negra. Coincide.
– Es que las actuales sedes (las de hace unos veinte años) se instalaron en los bosques a propósito para… – Ángela se quedó pensativa – para estar más aislados supongo. Además, como te dije antes, los fantasmas somos capaces de interactuar con los objetos, y existen fantasmas arquitectos... – al principio no sabía qué decir hasta que caí en la cuenta. Las sedes actuales fueron construidas por fantasmas. Interesante…
– ¿Y qué me dices de los etéreos?
– ¿No te lo explicó la vieja chiflada? – preguntó sonriendo, así que me oyera.
– Más o menos. Sé que hay muy pocos etéreos, que pueden resucitar porque tienen un… don. Y que son buscados por otros fantasmas que quieren arrebatarles su poder. – a través del altavoz oí decir a una azafata que nos abrocháramos los cinturones (bueno los fantasmas no) porque aterrizaríamos dentro de unos pocos minutos. – ¿Ya hemos llegado?
– No, haremos escala en París. – los ojos se me iluminaron – pero claro está no para hacer una visita guiada. – la alegría me abandonó al instante, igual que cuando se desinfla un globo. – Tienes que comer algo. – añadió. Al mencionar la palabra comer me entró el hambre.

En seguida noté cómo el avión se posaba sobre el asfalto. Los fantasmas ni nos inmutamos siquiera. Hasta que no salimos del avión, no hubo más preguntas. Una vez fuera, nos dirigimos hacia la zona de cafeterías. Nunca había visitado París y para una vez que ponía un pie en la ciudad tenía que estar muerta. Muchas personas iban de aquí para allá con sus maletas, chirriantes y ruidosas. Cómo les envidiaba. Era extraño cruzarse con alguien y que no levantase la mirada o que ni se apartara para dejarte pasar. Supuse que tendría que acostumbrarme a esta nueva vida. Iba a ser muy difícil.

– Quédate aquí y no te muevas. – me ordenó Ángela. La vi acercarse hasta el mostrador de una tienda y cotillear. Como una niña obediente esperé donde me había dicho.

Me senté en una silla libre, mientras no llegara ninguna persona y se sentara encima mío me quedaría aquí. La nostalgia comenzó a reconcomerme por dentro, recordé los momentos que había pasado con mis padres, cuando había ido por primera vez a un parque temático, todas esas veces que me reñían y yo me enfadaba con ellos y al instante me arrepentía, todos aquellos días que estaban ahí a mi lado, nuestros momentos compartidos. Todo. Y ahora no tenía nada. Noté que una lágrima me caía por la mejilla, silenciosa y dolorosa. Me la sequé rápidamente antes de que llegase Ángela.

– ¡Ya estoy aquí! – dijo con demasiado entusiasmo.

Posó en la mesa unos pasteles que habría… supongo que robado de la cafetería. El apetito me desapareciera de repente, aún así me llevé uno a la boca y puse buena cara. Tenía que admitir que Ángela se portaba muy bien conmigo. No nos conocíamos de nada y fue ella la que me explicó todo (o casi todo) y me salvó de la explosión.

– ¿Qué tal? – sé que quería ayudarme, animarme. Pero aquel no era uno de mis mejores días sinceramente.
– ¿Cuándo cogeremos el siguiente vuelo? – pregunté sin mucho interés.
– Pues dentro de un cuarto de hora, tiempo suficiente para explicarte lo más importante. – al oír esto centré toda mi atención en ella. – Necesito que sepas quiénes son los CDE.
– ¿CDE? – nunca había escuchado esa palabra.
– Sí, son los Cazadores de Etéreos. – me estremecí sin querer. – Ellos son fantasmas que, como su nombre indica, se dedican a dar caza a… vosotros. – genial, ya había muerto y ya tenía enemigos – Con nosotros estarás a salvo, así que no te preocupes. Si no nos desobedeces ni te escapas ni eres indiscreta todo irá bien.
– ¿Vosotros?
– La sede de Alemania te protegeremos, ya te lo había comentado. – asiento – Sigo, los CDE utilizan a un etéreo para localizar a otros como él (o ella), cuando consiguen lo que quieren les arrebatan el poder a todos los que tienen capturados menos a uno…
– … que será el cebo. –  finalizo.
– Exacto. Procura que nunca te cojan. – su mirada, dura y fría como el hielo, me hace temblar de pies a cabeza – A los etéreos que les quitan el poder les hacen mucho daño. Mucho. No pueden matarlos porque son fantasmas, pero su poder forma parte de ellos, si se lo arrebatan pierden la memoria, no saben quiénes son, ni de dónde son, ni se acuerdan de su familia. Se les llama los desconocidos o invisibles, se convierten en fantasmas sin rumbo, tuvieron una vida pero la perdieron, además, no desaparecen de este mundo.
– ¿Cómo que no desaparecen?
– No te lo conté, creo. Bueno, los fantasmas normales – eso me hizo sentir rechazada, en la sociedad marginada fantasma ­– quedan en la tierra tantos años como vivieron. Por eso estamos aquí. Los etéreos utilizáis el poder para revivir pero se os acaba el tiempo cuando habéis pasado en la tierra tantos años como vivisteis, lo que les otorga a los CDE una enorme ventaja para buscaros, encontraros y… ya sabes. – no hizo falta que siguiera hablando, se sobreentendía. 
– Y lo que me decías antes de los invisibles, ¿no abandonan la tierra? – Ángela negó con la cabeza.

En unas enormes pantallas y al mismo tiempo por los altavoces, avisaban de los próximos vuelos, el nuestro salía dentro de dos minutos.

– Tenemos que darnos prisa. – me advirtió Ángela.

Tragué el pastelillo como pude, casi atragantándome. Nos levantamos y nos dirigimos hacia la sala que indicaban en las pantallas para Destino París. Iba sumida en mis pensamientos cuando se produjo el asalto. Unos fantasmas aparecieron delante de nosotras, interceptándonos el paso. Ángela los miró contrariada, vi cómo habría la boca para protestar pero la cerró de golpe. Estaba mirando algo. O a alguien. Desvié la vista y localicé al fantasma que mi amiga miraba con tanto empeño. No me dio tiempo a reaccionar.

– ¡Corre! – me gritó Ángela. – ¡Corre Aida, corre!

Su segunda orden ya me llegó al cerebro y di media vuelta e hice lo que me pidió. Antes de hacerlo, vi a Ángela derrumbarse ante aquel numeroso grupo de siniestros fantasmas. Me dolió dejarla allí, puede que me comportara como una cobarde pero la obedecí y huí.

No sabía dónde dirigirme, un punto a mi favor era que las personas no me incordiaban a la hora de escapar (ya era la segunda vez en ese día) porque podía atravesarlas, pero mis perseguidores también contaban con ello. Giré en una esquina y sentí un duro golpe en la cabeza haciendo que me cayera al suelo. Intenté levantarme pero una mano me levantó, no bruscamente pero tampoco con mucho cuidado. Quise gritar, agredirle y escupirle incluso. Todavía no le había visto la cara.

– ¡Haz el favor de callarte y no llames la atención! – su voz era masculina, joven. Embriagadora. – Te sacaré de aquí pero no me obligues a sedarte.
– ¡Suéltame! – forcejeé.
– ¡Maldita sea! – entre la multitud pude ver a quienes me buscaban – Dulces sueños.
– ¿Qué? ¡No! ¡Déjame! – a pesar de mis protestas me sedó y perdí la conciencia, que era lo único que hacía últimamente. 

25/2/14

Capítulo tres


Aquí os dejo el capítulo tres. Perdón por mi retraso, que no iba a ser tan largo, os lo juro. Por ello, me he esmerado mucho para que os guste y os siga animando a leer mi historia. 


­ – Espera. – Ángela se paró y se giró hacia mí. – ¿Los fantasmas comen?
– No. – Respondió y salió de la habitación.

Me quedé con la boca semiabierta, sin saber exactamente cómo reaccionar. Tragué saliva. Me llevé una mano a la cabeza y me froté la sien, masajeándola lentamente. Puede que estuviese volviéndome paranoica, al fin y al cabo, ¿qué más podía salirme mal? Estaba muerta, pero al mismo tiempo no. Es decir, una muerta viviente… o una viva muerta. ¿Acaso sería eso posible? Me levanté del sofá y comencé a caminar en círculos por el salón sin saber muy bien qué hacer. Bufé resignada. Todo era un misterio tras otro y ninguno sin explicación. Hablando de explicaciones…

– ¡Cuánto tarda en traer una cosa tan simple! – me quejé en voz alta.

Me asomé al pasillo. “¿Dónde estoy?” No se me había ocurrido preguntarlo. Temía perderme, pero ¿qué otra opción tenía? Primero decidí escuchar atentamente por si se acercaba alguien, no confiaba en nadie de allí, exceptuando a mis abuelos (que no sabía nada de ellos desde que desaparecieron por la puerta) y Ángela. Nada, silencio. Recorrí el pasillo hasta el final y me encontré con dos caminos a elegir. Podía seguir de frente o torcer a la derecha. También estaba la posibilidad de volver al salón, que era donde debía estar, pero deseché esa idea enseguida. Opté por girar a la derecha. Cuando me encontraba ya a mitad del pasillo, frené en seco. Algo en el ambiente me advertía que no iban bien las cosas. No se oía nada, y ese era precisamente el motivo de mi inquietud. Lo normal es que al menos me llegase un leve sonido, además, acababa de llegar a este lugar y se supondría que la gente estuviese ajetreada, ¿no? Ni voces lejanas, ni el tic-tac de un reloj, ni el zumbido de los fluorescentes. Solo calma. Pero una calma que precede a la tormenta. De repente, una fuerte explosión no muy lejos de mi posición me tumbó hacia atrás. Por un instante me quedé sorda, me dolía todo el cuerpo por el impacto. El aire se volvió muy pesado y una nube de humo me tragó en unos segundos. Logré destaponarme los oídos, aún así, mi cabeza daba vueltas. Completamente a ciegas avancé tanteando las paredes para guiarme. No tenía ni idea de adónde me dirigía. Entonces, una mano se posó sobre mi hombro y yo lancé un chillido, parecido al de un roedor asustado. Me giré rápidamente y observé que se trataba de Ángela.

– ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? – pregunté casi a gritos. Ella me mandó callarme con un gesto y me sacudió. Me obligó a mirarla a los ojos y me susurró:
– Tenemos que huir. – eso me puso más nerviosa aún. Un montón de preguntas se agolparon en mi mente, más dudas todavía, más misterios. Ángela me arrastró con ella. Se orientaba muy bien, gracias a ello salimos enseguida de la zona con humo. Nos sería muy útil atravesar las paredes, pero yo no podía hacerlo. Nos llegaban voces gritando y armando alboroto, y a continuación comenzaron el resto de explosiones. Mi compañera se alteró y pareció perder la orientación por un momento; sin embargo, enseguida se repuso. Cuando pensé que ya no habría salida, llegamos a un pasillo con una puerta secreta escondida detrás de unos paneles que parecían formar parte de la pintura de la pared. Ángela la abrió y la atravesamos.

La luz me hizo daño en los ojos. Tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme. No sé cuánto tiempo estaría allí dentro, pero aunque hubiese luz, esta no era natural. Sin vacilar ni un solo minuto, la chica me volvió a coger y a llevarme como si fuera un saco pesado. Nos encontrábamos en medio de un bosque. Miré atrás por un segundo. Lo que vi fue un enorme edificio, completamente cubierto por un halo resplandeciente. Estaba en llamas. Nos dirigimos hacia el interior del bosque, el sol se encontraba en el punto más alto del cielo, y el calor era insoportable. Íbamos buscando las sombras, veloces, conseguimos alcanzar un grupo de casas formando una pequeña aldea, ni siquiera llegaban a constituir un pueblo. Se hallaban en un claro del bosque y cerca había un lago. Allí vivía gente, perdida en la naturaleza.

– ¿Dónde estamos? – pregunté.
– Chica, no te has movido de tu provincia, seguimos en Asturias. – respondió ella más animada.

Gracias a Dios, Ángela detuvo su carrera y me indicó que la siguiese. Nos acercamos a una de las casas. Esta parecía deshabitada, las paredes eran de piedra y tenían alguna que otra grieta. Los canalones goteaban agua y las ventanas estaban cerradas a cal y canto.

– Espera aquí. Voy a entrar y te abriré desde dentro. – la orden de Ángela era muy clara. No tardó ni dos segundos en hacerlo.

La puerta se abrió y yo crucé, no sin cierto temor. Aunque parecía unas ruinas por fuera, el interior se encontraba en buen estado. Al pisar, unas tablas de madera crujieron ante mis pies. Entré en la cocina detrás de Ángela y esta encendió las luces. La escena que me encontré, mejor dicho, con quién me encontré, me aterró. En el suelo de la estancia, se hallaba una señora vieja, su pelo canoso le caía sobre los hombros, tenía la piel muy arrugada. Su mirada se clavó en mí. Al contrario como sospechaba, me infundió calidez y alivio.

– ¿Quién eres? – me atreví a preguntar.
– ¿Quién quieres que sea? – me preguntó ella a su vez, esquivando mi pregunta. Eso me desconcertó. Miré a Ángela para ver si me ayudaba.
– Tranquila, habla con ella. Aquí estamos a salvo, no nos pueden hacer daño.
– Pero…
– Yo estaré fuera vigilando. Aún así, no creo que se atrevan a venir aquí. – antes de que me diese cuenta ya había atravesado los muros de la casa.
– Necesitas respuestas, ¿no? – la anciana se dirigió a mí. Acertó. Asentí con la cabeza.
– Yo te las puedo aclarar. – tras oír esto me animé un poco.
– ¿Es cierto?
– ¿Por qué iba a mentirte? No ganaría nada, es más, perdería. – su actitud me desconcertaba.
– Vale, entonces, ¿sabrías decirme por qué han explotado el edificio donde estaba?
– Claro. Pero primero, empecemos por el principio. – supe que iba a ser larga esta conversación, así que me acomodé en el suelo en frente de ella. – Supongo que Ángela te ha contado ya lo de tu línea de vida, ¿no? Y no habrás entendido nada. – negué con la cabeza dándole la razón – la mayoría de los fantasmas son normales. Me explico. Un fantasma normal es aquel que cuando muere queda vagando por la Tierra tantos años como ha vivido. Luego, se van.
– ¿A dónde? – mi curiosidad interrumpió a la anciana.
– Pues a ningún sitio, sencillamente se esfuman. – antes de que la volviera a interrumpir prosiguió – ¿Por dónde iba? Como te decía, existen esos fantasmas, que son un 99% de las personas. Pero el otro 1% son distintos y se llaman etéreos. Ellos no están muertos… pero tampoco vivos. – comprendí que yo era una de ellos – Además, son muy especiales. Tienen la capacidad, el poder, de retroceder en el tiempo hasta la hora de su muerte y luego resucitar.
– Pero… – la señora alzó las manos y no me dejó intervenir.
– Claro, eso supone una gran ventaja. Todos querrían volver a vivir. Y no estaría nada mal, pero eso supondría un aumento de la población, un desequilibrio de los seres vivos y no solo eso, la codicia de los etéreos que resucitaran, les llevarían a perseguir a todos los fantasmas iguales que ellos y quitarles el don. – hizo una pausa, la cual aproveché para interrumpirle.
– ¿Y yo… soy una de ellos? – sabía que era una pregunta estúpida, aún así asegurarme no me vendría nada mal.
– No creí que fueras a ser tan estúpida, no te pareces nada a tu tatarabuela. ¿No te parece que se sobreentiende?  – comentó con cierto tono burlón y a la vez sarcásticamente. Hice caso omiso de su primera frase, pero lo que dijo a continuación me resonaba en la cabeza.
– Repite lo que has dicho.
– ¿Que eres una niña tonta? – entrecerré los ojos y la miré fijamente. Sabía detectar a la perfección cuándo me mentían. Y ella lo estaba haciendo.
– Lo siguiente. – dije lentamente. Su cara, ya pálida de por sí, se puso más blanca todavía.
– No dije nada. – repuso – ¿No tenías muchas preguntas?

Me levanté del suelo y la miré enfadada. Me molestaba mucho dejar las cosas a medias, pero no quería recibir evasivas y mentiras. Era lo que menos necesitaba en ese momento.

– No tienes por qué ser tú quién resuelva mis dudas. – di media vuelta y salí, dejando atrás a la probablemente única persona que sabía todo lo que necesitaba saber.

En el exterior me esperaba Ángela, se encontraba en una postura alerta. Cuando la miraba me parecía cada vez más familiar y al mismo tiempo más desconcertante. Dirigí mis pasos hasta su situación.

– ¿Qué? – preguntó ella al ver mi expresión.
– Una pérdida de tiempo. – sus facciones demostraron una visible decepción. – No pasa nada. – añadí para tranquilizarla – ¿Adónde vamos ahora?
– Pues La sede de Muniellos está claramente dañada. – vio mi pregunta en mis ojos – El edificio donde nos encontrábamos y que explotaron. – aclaró – Iremos entonces a la de La Selva Negra. – mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad. Selva Negra… Selva Negra… ¿Alemania?
– Ehhh… ¿eso no es Alemania, si no me equivoco? – Ángela me sonrió divertida.
– La misma. Tendremos que ponernos en marcha. Y te prometo que por el camino te responderé a todas tus preguntas y te resolveré todas tus dudas, ahora sí, nada me lo impedirá. – esta noticia ni siquiera me alegró. La palabra Alemania se había metido en mi cabeza y se resistía a salir.
– Alemania… – repetí ausente.
– ¿No te gusta viajar? – mi compañera se puso en camino y yo la seguí, sin saber exactamente si no tendría a mi lado a una fantasma loca de remate.
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