– Ven conmigo – mi
madre me hablaba desde algún sitio al que mi vista no alcanzaba, pero su voz
era clara y firme – Levántate – me ordenó.
Hice lo que me pidió, o al menos lo intenté,
porque de repente una fuerza sobrenatural me tiró de mí hacia abajo y me
arrastró hacia un abismo. A mi alrededor todo se convirtió en fuego, enormes
llamas me rodeaban, me tocaban en los brazos produciéndome un calor
insoportable seguido de un dolor agudo. Cuanto más intentaba soltarme más me
engullían, se cerraban sobre mí mientras yo seguía cayendo. La presencia de mi
madre había desaparecido por completo, estaba sola.
– No es normal… no
es inmune al dolor. – oía gritos, distintas voces que se mezclaban, que me
provocaban una terrible ansiedad – No despierta… Pero no está muerta… – Esta
última palabra resonó en mi cabeza una y otra vez, todo giraba en torno a ella.
Muerta, muerta, muerta.
Abrí los ojos y me desperté gritando y jadeando.
– Cariño. – Susurró
alguien a mi lado. Me giré bruscamente y descubrí a unas cuantas personas
observándome como si fuera un mono de feria. Algunas tomaban apuntes en unas
libretas. Entre ellas se encontraban mis abuelos, cuyo semblante estaba serio,
también se hallaban allí la pareja que me pinchara y me extrajera sangre. Al
recordarlo bajé la vista y vi que seguía atada. Grité de frustración. Me
sacudí, pataleé, todo en vano. – Cariño, cálmate. – volví a observar al grupo y
me di cuenta de que era mi abuelo Ricardo quien me hablaba. Parecía preocupado
por mi situación, aunque ni siquiera se acercó. Nadie lo hacía.
– ¿Qué? – Exploté.
– ¿Por qué estoy así, maniatada e inmovilizada? ¿Acaso soy un perro rabioso? –
mi ira no inmutó a ninguno de los presentes. Eso me enojó aún más. – Al menos
podíais dejar de mirarme y marcharos si no vais a dirigirme la palabra.
– Espeté.
La chica que me sacara la sangre se aproximó a
mí. Sin mirarme, aflojó las tiras que me mantenían unida a aquella camilla. En
cuanto pude salté rápidamente al suelo, sin quitar ojo a la joven. Me froté las
muñecas, doloridas y entumecidas, aliviadas por ser al fin liberadas. Mis
tobillos estaban en el mismo estado. Descubrí unas quemaduras en los brazos,
leves, pero me producían escozor. Aún así, era consciente de que no las tenía
antes.
– Ángela, ¿te dejamos con ella?
– No estaba segura de quién había sido el que le había hablado, pero más
que una pregunta parecía una afirmación.
– Salid. – Respondió ella.
Me iban a dejar encerrada en una habitación con
la persona que más deseaba perder de vista en aquel momento. Mis abuelos
esperaron a que saliera todo el mundo, antes de seguirles me dirigieron una
cálida sonrisa. Mi abuela me dijo lo más amablemente posible:
– Sé fuerte mi
niña, pase lo que pase. – Tras esto, cerró la puerta.
Ángela se sentó en una silla, al fondo de la
sala, delante de un ordenador.
– Acércate. – Su
voz era más suave ahora.
Hice lo que me pidió. Mientras buscaba algo en la
pantalla, pude observarla mejor. Era una chica muy joven, su manera de vestir
con un traje negro y ese moño encima de la cabeza le aparentaban más años de
los que debía tener. Sin duda, era una chica muy guapa. Un rebelde castaño
mechón se le salió del perfecto peinado, el cual apartó con la mano resoplando.
Ese gesto me sonó muy familiar.
– Mira. – Me señaló
unos gráficos que aparecían en el monitor. – Estos son unos… parámetros, podría
decirse así. Están diseñados por nosotros. – Sin indicarme con exactitud a qué
se refería con “nosotros”, supe al instante que quería decir “fantasmas”. –
Muestran la unión de una persona que acaba de morir, con su vida. Fíjate. –
Movió el ratón y colocó el cursor encima del primer gráfico. – Aquí la línea
que aparece realiza muchas curvas, ¿lo ves? – Asentí con la cabeza. –
Bien, eso corresponde con la primera hora muerta. Ahora observa el siguiente.
¿Qué ves?
– Las curvas se
suavizan, aunque no desaparecen por completo. Supongo que será la segunda hora
muerta, ¿no?
– Correcto. –
Corroboró la chica. – Por último, puedes observar que la línea está recta.
Ninguna variación. Y hace referencia a la tercera hora muerta.
– Vale, esto lo
entendí, ¿pero qué tiene que ver conmigo?
Sin responderme a mi cuestión, argumentó:
– Sé paciente.
Se levantó de la silla y se dirigió hacia los
monitores que rodeaban la camilla. Me indicó con un gesto que me acercara y así
lo hice. Mi desconfianza había desaparecido por completo, solo quedaba una gran
curiosidad.
– Tranquila, no te
haré daño. – Me colocó un aparato sobre el pecho y lo conectó a la máquina. De
repente, un pitido salió de la misma, haciendo que me sobresaltara. En la
pantalla apareció una fina línea. Esta comenzó a realizar curvas, igual
que el primer gráfico que me mostrara Ángela. Entonces una bombilla se me
encendió en la mente. La chica, que me miraba todo el rato, comprendió al
instante mi expresión. – Llevas más de tres horas muerta, exactamente cinco.
Sin embargo, tu línea de vida corresponde a una hora.
– ¿Y eso qué quiere
decir? – Pregunté alterada. – Porque no es normal, ¿no? – La joven negó con la
cabeza. Me desconectó de aquel aparato y se lo colocó a ella misma. – ¿Qué
haces?
– No quiero que
pienses que está trucado. – Me respondió. En verdad, no se me había ocurrido
esa idea. De pronto, igual que antes, surgió una línea, pero esta no era como
la mía, seguía recta. – Te aseguro que llevo años muerta. – Añadió.
– Dios mío… –
Susurré. – ¿Qué me pasa?
Un repentino mareo me hizo perder el equilibrio,
obligándome a sentarme en la camilla. Si hacía cinco horas del accidente, ¿por
qué tenía una línea de vida de una hora? Y no solo eso. La chica que tenía en
frente me era muy familiar, pero no sabía exactamente por qué. Ángela se sentó
a mi lado y me acarició con ternura la espalda.
– Por favor. –
Gemí. – Explícamelo todo.
– Bien, como
desees. Pero aquí no. Vayamos a otro sitio donde podamos estar más cómodas.
Me tuvo que levantar ella porque yo me encontraba
en estado de shock. Cruzamos la puerta y salimos a un pasillo que giraba al
final a la izquierda. Ángela me guió a través de él. Tuvimos que tomar muchas
esquinas para llegar finalmente a una sala más acogedora que la de antes. Se
trataba de un salón. Un gran sofá presidía la estancia, un mueble antiguo de
madera en buen estado cubría la pared del fondo. Mientras, una chimenea
proporcionaba en cálido ambiente que se agradecía.
– Siéntate ahí y acomódate. –
Dijo Ángela. – Supongo que tendrás hambre, te traeré algo de comida. –
Cuando ya estaba saliendo por la puerta algo me llamó la atención.
– Espera. – Ella se paró y se
giró hacia mí. – ¿Los fantasmas comen? – Me miró directamente a los ojos.
– No – Respondió finalmente y
salió de la habitación.
que intrigante...¿cuándo subes el tercero?
ResponderEliminarJajaja eso pretendo :-P Pues espero que pronto. Prometo no tardar mucho.
ResponderEliminarLurei