Nunca he sido muy supersticiosa, ni martes 13, ni
gatos negros, ni romper espejos, ni pasar por debajo de una escalera… Todas
esas cosas que a la gente le aterrorizan no significaban nada para mí. Hasta
aquel día. Aquella noche maldita.
Martes 13, medianoche.
La humedad de la noche hacía que la niebla se
volviese más densa. El frío se colaba entre mi ropa y, descarado, se deslizaba
por mi cuerpo. Los cuervos graznaban sobre mi cabeza. La luna llena se alzaba
grande y amenazante en el cielo. Las ramas, secas y afiladas, me arañaban los
brazos al pasar al lado de ellas. Mis pies no podían dejar de avanzar rápidos y
sigilosos.
Solo estaba centrada en una única cosa : correr.
Multitud de ruidos me rodeaban, todos me parecían peligrosos. Puede que donde
yo oía una fiera enorme, solamente se encontraba un pequeño roedor; o donde yo
intuía el sonido de un cuchillo al afilarse, tan solo se trataba del piar de un
pájaro.
Pero de lo que estaba segurísima, era de que
alguien me vigilaba en ese momento. Sentía un par de ojos, calculadores y
observadores, clavados en mi nuca. Al igual que sentía una respiración que no
era la mía. Lo sabía. Sabía que algo se encontraba detrás de mí. El temor; y
sobretodo, la angustia, provocaron que mi mente se esforzase en seguir
trabajando y ordenando a mis pies que continuasen corriendo y corriendo.
Estaba tan decidida en esta idea que no vi la
sombra acercarse a mí. Y no vi cómo su mano se alzaba hacia mí. Como no lo vi,
como mis sentidos se concentraban única y exclusivamente en seguir adelante,
huir, el contacto de algo frío, metálico y estremecedor con mi hombro me pilló
muy desprevenida. Mi miedo aumentó y este me pudo. Mi cerebro dejó de dar
órdenes, estaba bloqueado. Dejé de correr.
Los sonidos también cesaron. Todo se detuvo. La
mirada y la respiración que había sentido antes se encontraban ahora sobre mí.
– Juguemos con la muerte.
La voz que pronunció estas palabras era
distorsionada, y la risa de payaso loco que le siguió hizo que sufriera un pánico
total. Chillé, chillé y chillé.
Lo último que pude ver al desvanecerme fue la
silueta de un gato. Al brillarle los ojos descubrí que tenía uno naranja y otro
rojo.
– ¡Melanie!
Unos brazos me sacudieron fuertemente. Abrí los
ojos y me encontré cara a cara con un chico mirándome fijamente.
– ¿Quién eres? – pregunté aturdida y temerosa.
– Soy yo. Fred.
– ¿Fred? – no conocía a ningún Fred.
– Tu amigo, el que te invitó a su fiesta de su
dieciséis cumpleaños. – fruncí el ceño – En serio Mel, ¿te ocurre algo?
– No… no sé.
– Yo creo que lo que pasó es que te tomaste unas
copas de más. Espera aquí, ahora vuelvo.
Cuando desapareció observé detenidamente la
habitación en la que me hallaba. Se trataba de un dormitorio de lujo: una cama
enorme, una lámpara de araña colgando del techo, unas ventanas que te permitían
ver el jardín, una puerta que daba a un vestidor… Entonces recordé. Era cierto,
me encontraba en la fiesta de mi amigo rico (Fred). Habíamos salido a jugar al
escondite en el bosque, todo estaba oscuro y tenebroso, yo me había perdido y
después… El después no lo tenía muy claro. Fred llegó a continuación, sacándome
los pensamientos que tenía en mente. Venía con un vaso de agua.
– Gracias. – le agradecí – Ya me encuentro
mucho mejor.
Bajamos al salón, donde la música estaba a todo
volumen y lo único que recuerdo es una mezcla de colores brillantes y chicos
muy guapos intentando liarse con chicas muy guapas. En fin, una fiesta de niños
ricos, supongo que normal y corriente.
Me senté en un sofá individual al lado de la gran
cristalera que daba al jardín. Me puse a observar la noche cuando, de la nada,
apareció un cuerpo. Un cuerpo de un hombre que ocultaba su rostro entre las
sombras y llevaba un animal entre sus brazos.
Al poco descubrí que era un gato.
Un gato negro con un ojo naranja y otro rojo.
Y a continuación oí la risa maléfica del payaso
loco.
Lo único que encontraron en aquel sofá individual
donde me había dejado Fred fue una serie de palabras, escritas con mi propia
sangre.
Juguemos con la muerte
o.o...wow...simplemente WOW.
ResponderEliminarQue genial que escribes. Primero...tengo una obsecion por los gatos negros, tuve uno de chiquita que murió, y yo la amaba mucho -Porq era una gata :P- Y después no volví a tener gatos, y ahora me gustaría tener uno pero tengo dos perras que odian los gatos hacia que no puedo -.-``. Pero estoy desidida que cuando se mas grande y viva sola -Hace un mes que cumpli 17- tendré un gato negro que se llame fury. Haci que el detalle del gato en tu historia me ha encantado. Por otro lado, tengo un trauma con un payaso de una película de terror-No me acuerdo como se llama pero seguramente que la viste- Haci que cuando nombraste al payaso yo quede como "O.O Esta chica quiere agrandar mi trauma" Y bueno en fin, para mi escribes genial. me gusto mucho tu relato. voy a ver si leo otros.