30/1/14

Rocío Rueda


Hay muchos escritores que no tienen los lectores seguidores que deberían. Una de ellos es Rocío Rueda. Conocemos muy poco sobre ella, nació en Saldaña (Palencia) y compagina su trabajo de fisioterapeuta con su afición por la escritura (eso ya es un gran esfuerzo)  Publicó varios libros:

·      El Brazalete Mágico 
·      El Escarabajo de Horus
·      El Secreto del César
·      Confesiones de Cleopatra





Todos ellos ambientados en épocas antiguas, son capaces de engancharte muchísimo. En mi opinión, me he leído El Brazalete Mágico y es un libro que recomiendo a todas las personas. Este en concreto, está ambientado en La Antigua Grecia y en él aparecen Lara y Nico, dos jóvenes que se embarcan en una maravillosa aventura descubriendo los secretos de la espada de Alejandro Magno y quedando sus vidas ligadas a la de Elisa, una antigua sacerdotisa de Atenea. Creo que deberíais animaros a leer sus libros, seguro que os encantan.

Lurei

28/1/14

#Debatimos1 "Literatura y cine"


¿Cuántas películas conocemos que están basadas en libros? Muchas, sin duda.

Pero… no es lo mismo. No pienso criticar ninguna película, que quede claro, no soy quién para decir: “esta película es penosa, vale mucho más el libro”. Aún así, sin nombrar ninguna en particular, la mayoría de las que he visto y me he leído el libro, opto por lo segundo. Seguro que hay gente que dice lo contrario, es lógico que exista una diversidad de gustos.

Hay que reconocer el mérito tanto de los escritores como de los directores de cine, pero también hay que decir que los primeros son los que idean la historia, los personajes, la trama… todo. Los directores se basan en el libro para llevarlo al mundo del cine, sí, es difícil, pero no original, ¿no? Incluso a veces, por la extensión de la novela, cambian ligeramente el argumento, en eso sí que no estoy de acuerdo, debería seguir el curso de la historia como es.

Esto abre un debate que es difícil de tratar y criticar. Existen muchas películas que son buenísimas, la actuación de los actores, la manera en que transcurre... Y también hay otras que te aburren, te producen hasta sueño, es decir, son penosas.

Lo mismo los libros, novelas geniales, te enganchan, las devoras en un par de horas… Y todo lo contrario.

Así que, elijas el mundo de la literatura o el cine, no te cierres en torno a una idea, prueba más cosas.

Por último, ¿tú que opinas?

Perdidos en el tiempo


El pasado es un vago recuerdo, una mota de polvo que en su día existió, pero luego fue eliminada. Es el por qué del ahora. Por qué existimos, por qué somos así, por qué estamos aquí. El pasado no se puede cambiar, no se puede modificar. Imperturbable. Sí, eso es lo que es. Así que… ¿deberíamos creer en él? ¿Deberíamos volver nuestros pasos hacia atrás y rememorarlo todo? No creo que sea la mejor opción.

¿Y qué hay del futuro? Incierto, sin construir, sin forma. Inevitable. No sabemos nada de él, se escabulle de nosotros burlando nuestras leyes y teorías. Es la causa del pasado. Llega inesperadamente, a veces te sonríe, en otras ocasiones lo único que hace es cambiarte por completo tu vida para mal. En conclusión, el futuro no es fiable. Podemos predecir que va a ocurrir esto y pasará lo otro, que será mejor y luego será peor. Está cambiando continuamente por las acciones del presente.

El presente… otro gran misterio sin ninguna explicación. Creemos que lo conocemos, que lo podemos manejar y controlar. Pero es otra mentira. Lo que hace es rodearnos continuamente y al mismo tiempo desaparece. Hace unos pocos minutos estabas empezando a leer este relato, ¿verdad? Sin embargo, eso ya es pasado. No puedes volver atrás y decidir no leerlo, porque ya forma parte de ti. Es algo que ya has hecho. Por otra parte, tampoco eres capaz de adivinar con exactitud el final del relato, ¿ves? Ahí está el futuro.

Entonces, ¿en qué vivimos? ¿En un pasado, en un presente o en un futuro? Imposible saberlo, pero lo que es cierto es que estamos inmersos en un gran reloj que marca cada latido de nuestro corazón, cada paso que damos, cada acción que cometemos. Vivimos al compás de nuestro propio tic-tac, un tic-tac impredecible, incierto. Perdidos en el tiempo.



25/1/14

Capítulo dos




–      Ven conmigo – mi madre me hablaba desde algún sitio al que mi vista no alcanzaba, pero su voz era clara y firme – Levántate – me ordenó.


Hice lo que me pidió, o al menos lo intenté, porque de repente una fuerza sobrenatural me tiró de mí hacia abajo y me arrastró hacia un abismo. A mi alrededor todo se convirtió en fuego, enormes llamas me rodeaban, me tocaban en los brazos produciéndome un calor insoportable seguido de un dolor agudo. Cuanto más intentaba soltarme más me engullían, se cerraban sobre mí mientras yo seguía cayendo. La presencia de mi madre había desaparecido por completo, estaba sola.

–      No es normal… no es inmune al dolor. – oía gritos, distintas voces que se mezclaban, que me provocaban una terrible ansiedad – No despierta… Pero no está muerta… – Esta última palabra resonó en mi cabeza una y otra vez, todo giraba en torno a ella. Muerta, muerta, muerta.

Abrí los ojos y me desperté gritando y jadeando.

–      Cariño. – Susurró alguien a mi lado. Me giré bruscamente y descubrí a unas cuantas personas observándome como si fuera un mono de feria. Algunas tomaban apuntes en unas libretas. Entre ellas se encontraban mis abuelos, cuyo semblante estaba serio, también se hallaban allí la pareja que me pinchara y me extrajera sangre. Al recordarlo bajé la vista y vi que seguía atada. Grité de frustración. Me sacudí, pataleé, todo en vano. – Cariño, cálmate. – volví a observar al grupo y me di cuenta de que era mi abuelo Ricardo quien me hablaba. Parecía preocupado por mi situación, aunque ni siquiera se acercó. Nadie lo hacía.
–      ¿Qué? – Exploté. – ¿Por qué estoy así, maniatada e inmovilizada? ¿Acaso soy un perro rabioso? – mi ira no inmutó a ninguno de los presentes. Eso me enojó aún más. – Al menos podíais dejar de mirarme y marcharos si no vais a dirigirme la palabra. – Espeté.


La chica que me sacara la sangre se aproximó a mí. Sin mirarme, aflojó las tiras que me mantenían unida a aquella camilla. En cuanto pude salté rápidamente al suelo, sin quitar ojo a la joven. Me froté las muñecas, doloridas y entumecidas, aliviadas por ser al fin liberadas. Mis tobillos estaban en el mismo estado. Descubrí unas quemaduras en los brazos, leves, pero me producían escozor. Aún así, era consciente de que no las tenía antes.

–    Ángela, ¿te dejamos con ella? – No estaba segura de quién había sido el que le había hablado, pero más que una pregunta parecía una afirmación.
–    Salid. – Respondió ella.

Me iban a dejar encerrada en una habitación con la persona que más deseaba perder de vista en aquel momento. Mis abuelos esperaron a que saliera todo el mundo, antes de seguirles me dirigieron una cálida sonrisa. Mi abuela me dijo lo más amablemente posible:

–      Sé fuerte mi niña, pase lo que pase. – Tras esto, cerró la puerta.

Ángela se sentó en una silla, al fondo de la sala, delante de un ordenador.

–      Acércate. – Su voz era más suave ahora.

Hice lo que me pidió. Mientras buscaba algo en la pantalla, pude observarla mejor. Era una chica muy joven, su manera de vestir con un traje negro y ese moño encima de la cabeza le aparentaban más años de los que debía tener. Sin duda, era una chica muy guapa. Un rebelde castaño mechón se le salió del perfecto peinado, el cual apartó con la mano resoplando. Ese gesto me sonó muy familiar.

–      Mira. – Me señaló unos gráficos que aparecían en el monitor. – Estos son unos… parámetros, podría decirse así. Están diseñados por nosotros. – Sin indicarme con exactitud a qué se refería con “nosotros”, supe al instante que quería decir “fantasmas”. – Muestran la unión de una persona que acaba de morir, con su vida. Fíjate. – Movió el ratón y colocó el cursor encima del primer gráfico. – Aquí la línea que aparece realiza muchas curvas, ¿lo ves? – Asentí con la cabeza. – Bien, eso corresponde con la primera hora muerta. Ahora observa el siguiente. ¿Qué ves?
–      Las curvas se suavizan, aunque no desaparecen por completo. Supongo que será la segunda hora muerta, ¿no?
–      Correcto. – Corroboró la chica. – Por último, puedes observar que la línea está recta. Ninguna variación. Y hace referencia a la tercera hora muerta.
–      Vale, esto lo entendí, ¿pero qué tiene que ver conmigo?

Sin responderme a mi cuestión, argumentó:

–      Sé paciente.

Se levantó de la silla y se dirigió hacia los monitores que rodeaban la camilla. Me indicó con un gesto que me acercara y así lo hice. Mi desconfianza había desaparecido por completo, solo quedaba una gran curiosidad.

–      Tranquila, no te haré daño. – Me colocó un aparato sobre el pecho y lo conectó a la máquina. De repente, un pitido salió de la misma, haciendo que me sobresaltara. En la pantalla apareció una fina línea. Esta comenzó  a realizar curvas, igual que el primer gráfico que me mostrara Ángela. Entonces una bombilla se me encendió en la mente. La chica, que me miraba todo el rato, comprendió al instante mi expresión. – Llevas más de tres horas muerta, exactamente cinco. Sin embargo, tu línea de vida corresponde a una hora.
–      ¿Y eso qué quiere decir? – Pregunté alterada. – Porque no es normal, ¿no? – La joven negó con la cabeza. Me desconectó de aquel aparato y se lo colocó a ella misma. – ¿Qué haces?
–      No quiero que pienses que está trucado. – Me respondió. En verdad, no se me había ocurrido esa idea. De pronto, igual que antes, surgió una línea, pero esta no era como la mía, seguía recta. – Te aseguro que llevo años muerta. – Añadió.
–      Dios mío… – Susurré. – ¿Qué me pasa?

Un repentino mareo me hizo perder el equilibrio, obligándome a sentarme en la camilla. Si hacía cinco horas del accidente, ¿por qué tenía una línea de vida de una hora? Y no solo eso. La chica que tenía en frente me era muy familiar, pero no sabía exactamente por qué. Ángela se sentó a mi lado y me acarició con ternura la espalda.

–      Por favor. – Gemí. – Explícamelo todo.
–      Bien, como desees. Pero aquí no. Vayamos a otro sitio donde podamos estar más cómodas.

Me tuvo que levantar ella porque yo me encontraba en estado de shock. Cruzamos la puerta y salimos a un pasillo que giraba al final a la izquierda. Ángela me guió a través de él. Tuvimos que tomar muchas esquinas para llegar finalmente a una sala más acogedora que la de antes. Se trataba de un salón. Un gran sofá presidía la estancia, un mueble antiguo de madera en buen estado cubría la pared del fondo. Mientras, una chimenea proporcionaba en cálido ambiente que se agradecía.

–    Siéntate ahí y acomódate. – Dijo Ángela. – Supongo que tendrás hambre, te traeré algo de comida. – Cuando ya estaba saliendo por la puerta algo me llamó la atención.
–    Espera. – Ella se paró y se giró hacia mí. – ¿Los fantasmas comen? – Me miró directamente a los ojos.
–    No – Respondió finalmente y salió de la habitación. 

22/1/14

Pilar Lozano Carbayo


Lo primero que pensaréis es: "¿Y quién es esta?"






Pues Pilar Lozano es otra gran escritora. Sus libros se dirigen a un público infantil, más que a juvenil, aunque depende de los tipos de novelas que prefiráis leer. Si no os gustan mucho las novelas muy complejas o muy extensas os encantarán las obras de esta autora, en mi opinión las recomendaría a niños entre 9-11 años.


¿Qué sabemos de Pilar? 

Esta escritora nació en Benavente, Zamora, el 11 de septiembre de 1953. Ha escrito muchos libros, entre los que cabe destacar "Marco Polo no fue solo" y "No es tan fácil ser niño". 

Ha recibido numerosos premios literarios: Premio Barco de Vapor, Premio Edebé, Premio Lazarillo, Lista de Honor CCEI (2008, 2012)... Esto ya demuestra que no es una escritora cualquiera.  

Así que ya sabéis, Pilar estaría encantada de poder hacer disfrutar con sus libros a unos cuantos niños más. 

Lurei 

17/1/14

Capítulo uno


Como todas las mañanas salía de casa para ir al instituto. Recuerdo perfectamente aquel día como si fuese hoy. Me había retrasado por culpa del despertador y llegaba tarde, entonces prácticamente no atendía a lo que sucedía a mi alrededor. Cuando me disponía a cruzar la calle el semáforo parpadeaba indicando que se iba a poner rojo, aún así comencé a atravesar la calzada. De repente tropecé por culpa de los cordones de mis zapatos y caí de bruces. Me llevé un fuerte golpe en la cabeza y esta me daba vueltas. Mientras intentaba levantarme oí unas voces. Debido a mi aturdimiento no conseguía averiguar lo que decían. Entonces me giré... pero ya era demasiado tarde. En los siguientes minutos lo único que sentí fue el vacío, un sólido y agobiador vacío que me provocaba miedo, sí, miedo, porque no era consciente de lo que me ocurría. Y así como así, los latidos de mi corazón se fueron ralentizando. Mi vida se fue apagando poco a poco y no era capaz de aferrarme a ella. Dejé de ver, de oír, de sentir. Ya estaba muerta.


Me desperté en mi cama sobresaltada. Había tenido un sueño muy raro y espantoso. Me desperecé y al frotarme los ojos para aclarar la vista me llevé un buen susto. Delante de mí, a los pies de mi cama, se encontraban dos personas, pero lo más irreal era que se trataban de mis abuelos, y ellos ya estaban muertos hace mucho, mucho tiempo.

Retrocedí todo lo que pude, mi corazón me golpeaba fuertemente contra el pecho... (¡Espera, no. No sentía mi corazón!)      

– ¿Qué es-estáis haciendo aquí? – logré tartamudear. Ellos suspiraron y se miraron el uno al otro.

–Cuéntaselo tú – dijo mi abuela. Hubo un momento de silencio en el que ninguno de los dos se decidía. Finalmente, mi abuelo se sentó en el borde de mi cama, lo más lejos posible de mí, cosa que agradecí.

– Cariño, es difícil de entender, ¿vale? Pero la vida te traiciona y a veces pasa lo que pasa, ¿entiendes?

– No – dije más firmemente – Estoy soñando, seguro que sí. Vosotros... vosotros estáis muertos y yo...

– También – añadió mi abuelo tristemente. Me miró con cara de pena. Me llevé las manos a la cabeza, entonces una ola de recuerdos se me vino encima. El coche sobre mí, yo tendida en la calle, los gritos de los peatones... Así que no era un sueño, estaba muerta de verdad.

– ¿Y qué hago yo aquí? – pregunté exasperada – ¿Qué hago aquí? – grité frustrada al no obtener respuesta.

– Te trajimos nosotros Aida. – dijo dulcemente mi abuela. Era la primera vez en años que no oía mi nombre salir de su boca. Comencé a llorar y a temblar. Me encontraba en mi propia casa, pero me parecía el lugar más lejano y hostil que hubiera conocido en mi corta vida. Mis hombros subían y bajaban al compás de mis sollozos. Mis abuelos Ricardo y Adela me observaban compadecidos. Adela se acercó a mí y me acarició el brazo con ternura.

– Tranquila, te acostumbrarás. – pero a pesar de sus buenas intenciones no pude aguantar más.

– ¡No! – grité – Nunca lo haré, ¿no ves que tan solo tengo quince años? ¡Quince! – remarqué. – Toda una vida por delante y ahora... ¿qué? ¿Esperar a que venga el Espíritu Santo?

– Verás, los fantasmas nos dedicamos a vagar por ahí. Hay muchos más de los que te imaginas. Y nos relacionamos entre nosotros, incluso hacemos amigos. No es la vida que esperabas, pero... algo te lo compensa. – me explicó mi abuelo.

 – ¿En serio? – musité secamente.

Un ruido proveniente de la entrada nos sobresaltó a todos. La voz de mi madre inundó nuestra casa, llenando el silencio. Estaba hablando por teléfono con alguien. Un terrible sentimiento me ahogó por completo, había abandonado a mi familia, lo había dejado todo. Los pasos de mi madre se acercaban a mi habitación. Iba arrastrando los pies y sollozaba, igual que yo antes. Cogí el cojín que reposaba en mi cama y me abracé a él con tal fuerza que me hice daño. Escondí la cara en él. No quería ver a mi madre en ese estado. Pude oír que los pasos se paraban delante de mi cuarto. Ella ya había colgado, pero seguía murmurando cosas ininteligibles. De repente, alzó la voz.

– ¡Aida! – dijo mi nombre con un deje de desesperación. No quería mirarla. No ahora, después de haber muerto. No. – Mi hija, mi Aida. – volvió a hablar mi madre. Entonces me hice de valor y levanté la cabeza. Me encontré con mi madre, pero parecía otra persona. Sus ojos estaban hinchados de llorar tanto, su sedoso pelo era una maraña enredada, temblaba, no sé si de frío o de angustia. Lo que más me impresionó fue que su mirada se clavaba en la mía, sus ojos eran suplicantes.

– Mamá. – murmuré. Ella dio un respingo y se levantó aturdida. Miró a su alrededor como buscando a alguien, a algo... – Mamá – repetí en voz alta. – Mi madre se giró hacia mí rápidamente. Estaba asustada, y yo también. Me acababa de escuchar.

– Dios mío. ¿Por qué? – dijo mi madre entre sollozos – ¿Por qué a mi hija? ¿Por qué tuvo que morir? – dicho esto salió de mi habitación dando un portazo.

Mis abuelos, que habían presenciado la escena en todo momento, me miraban fijamente.

– ¿Qué pasa? – pregunté a media voz.

– Te... te ha oído. – mi abuela estaba consternada. En su mirada advertí un temor que no podía interpretar muy bien.

– No entiendo – dije lentamente.

– Adela, tenemos que llevarla ante el Consejo. – dijo severamente mi abuelo.

Mi abuela se limitó a asentir con la cabeza, y sin inmutarse ambos me cogieron y me llevaron consigo. Empecé a patalear, no quería irme, abandonar lo único que me quedaba en esta "vida". Pero ellos no me hicieron el más mínimo caso, además los fantasmas no necesitan seguir los caminos, con atravesar los muros y las paredes se conforman, cuando mis abuelos lo hicieron, me llevé un golpe en la cabeza y a continuación me desmayé.

Un murmullo de voces provenía de la sala de al lado. Me incorporé y sentí una presión en mis brazos y mis piernas. Bajé la cabeza y me encontré con unas cintas fuertemente apretadas sujetando mis extremidades. "¿Qué es esto?" Miré a mi alrededor. Me hallaba recostada en una dura y fría cama metálica. (No muy cómoda). La habitación en la que me encontraba era una sala de paredes blancas que contrastaban con el brillante y pulido parqué. Había unas máquinas alrededor de la camilla que emitían unos suaves pitidos. Intenté soltarme pero no pude. Quien me hubiera atado sabía perfectamente lo que hacía. Un espejo enfrente de mí me mostraba mi reflejo. Hasta ahora nunca me había dado cuenta del parecido que tenía con mi madre, su mismo pelo rojizo, su misma nariz, sus mismos ojos, sus mismos pómulos sonrojados. Suspiré. Los murmullos ya se habían apagado. Ahora el silencio invadía todo el espacio. Forcejeé para intentar liberarme pero fue en vano. Acabé agotada sin obtener lo que quería. Estaba atrapada en un lugar que desconocía.

De repente la puerta se abrió. Entraron dos personas en la sala, un hombre de avanzada edad y una mujer bastante joven. Tenían un aspecto muy parecido entre ellos, supuse que serían el padre y la hija. Se pararon delante de mí y sacaron una aguja. La aproximaron a uno de mis brazos con la intención de pincharme, pero grité.

- No pienso dejar que me toque ni un pelo. - solté furiosa. - ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto?

La pareja no me hizo ni el más mínimo caso. Como estaba atada no pude impedir que me clavaran la aguja. Me sacaron sangre no sé con qué motivo y se fueron. El tiempo pasó muy despacio, o al menos eso me pareció a mí. En aquel sitio no había ni un solo reloj. Las horas pasaban lentamente y mi sensación de hambre aumentaba, aunque igual era impresión mía, se suponía que los fantasamas no comían, ¿no? Esa misma mañana me encontraba tranquilamente en mi casa, tenía una familia, un colegio adonde ir, unos amigos... e incluso mi gato Cherry estaba conmigo. Ahora... solo me quedaban mis abuelos, que por cierto desconocía su paradero. Gemí de angustia, de dolor. Dejé llevarme por la oscuridad, por el sueño. Los ojos se me cerraron y mi mente descansó. Me relajé y acto seguido me dormí.

13/1/14

Acosada




Después de recorrer el largo pasillo donde estaban las taquillas, llegué a la mía. La miré con temor, debía abrirla si no quería retrasarme, pero temía que volviera a ocurrir. Suspiré. Con manos temblorosas logré quitar el candado y lentamente abrí la puerta de la taquilla. Me asomé y... allí estaba. El papel en el mismo sitio de siempre, medio escondido entre mis libros, doblado minuciosamente. Tragué saliva y lo desdoblé. Leí la frase: 
"Sé dónde y cómo puedo encontrarte cuando quiera".

El pulso me iba a mil por hora y un hilillo de sudor me bajaba por la espalda. No podía seguir así, había llegado el momento de pedir ayuda. Decidí tomarme el día libre excusándome por estar enferma. De camino a casa saqué del bolsillo de mi chaqueta las otras notas. Hacía tres días que sucedía lo mismo, todas las mañanas me encontraba con una nota en el interior de la taquilla. Las releí una y otra vez:
" Sé quién eres", "Conozco a tu padre", "Tienes una casa muy bonita". Un escalofrío me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies. Esas advertencias, avisos, amenazas... debían de tener algo que ver con mi padre, un rico gerente un poco desconfiado, lo que le hacía parecer antipático; pero era todo lo contrario: amable, sincero, simpático... Que yo supiera él no tenía ningún "enemigo", además, no recordaba a ninguna persona desconocida en mi casa. Puede que nos estuviera espiando y por eso hacía referencia a nuestra casa. Es verdad que éramos ricos, aunque lo intentábamos disimular llevando una vida modesta. 
Cada vez más nerviosa llegué a mi casa. No había hablado  con nadie sobre aquello, al principio pensé que sería una broma, pero ya recibiera cuatro notas, todas con mensajes muy poco agradables. Al entrar, posé mi mochila en mi cama, cogí el móvil y las llaves y salí de nuevo. Fui directa a la comisaría. No pensaba involucrar en esto a mi familia, sobretodo a mi padre. Él aparecía en una de las notas... y eso no era nada bueno. Giré la esquina y ahí estaba, al fondo de la calle se encontraba el edificio al que me dirigía. 
Entré rápidamente, con la adrenalina corriendo por mis venas no podía pensar con claridad y por culpa de ello casi me caí de bruces. Esto llamó la atención de un policía. Tendría unos treinta y pico y su rostro delataba su aburrimiento.

       – Señorita, ¿se encuentra bien? – le miré con recelo, no parecía un mal hombre. 
       – Por favor – casi supliqué – necesito su ayuda. Alguien me acosa a mí y a mi familia.
Decidí no mostrarle de momento los papelitos. El policía, interesado, me indicó que le siguiera. Me condujo hasta su oficina. Al entrar, cerró la puerta.
       – Para que nadie nos moleste. – comentó. – ¿Cómo se llama? – preguntó entonces.
       – Inés. – respondí ya más tranquila. Él se solo se limitó a observarme pensativo. Ahora que lo miraba más atentamente, había algo en él que comenzó a provocarme una extraña sensación. Por fin exclamó:
      – ¡Ya me acuerdo! Desde que te vi intenté asociar tu cara con un nombre. Ya decía yo que me sonabas de algo. – suspiró complacido por haberme reconocido. – Sí, es verdad. Sé quién eres. – añadió alegremente. Esa frase hizo que todo mi ser intentara hacerse más pequeño. – Además conozco a tu padre. – argumentó. Lo de antes podía ser una casualidad, pero ahora sabía con certeza que tenía delante de mis narices a un loco obsesionado. – Y...  déjame decirte que tienes una casa muy bonita. – volvió a mostrarme esa falsa sonrisa mientras por dentro me estaba muriendo de miedo y el pánico me invadía por completo. 
       – Yo...
    – Por cierto, ¿no deberías estar en el instituto San Miguel con la profesora Blanca Gómez? – no era consciente de haberle dicho nada sobre mi instituto ni mi profesora. De lo que sí era consciente era que había estado siendo acosada mucho tiempo atrás de la aparición de las notas en mi taquilla. Y él era mi acosador.

Soñar


 
Abrí los ojos y tuve la sensación de que mi mente flotaba entre la vida y la muerte. Un maravilloso paisaje me rodeaba cálidamente. Árboles del tamaño de rascacielos se alzaban imponentes a mi alrededor proyectando sombras aquí y allá. A través de sus anchas hojas la luz del Sol conseguía escabullirse iluminando la magnífica escena. Ruidos de todo tipo: pájaros, insectos, el viento, un manantial a lo lejos... inundaban el espacio. A penas podía ver el cielo pero sabía con certeza que estaba despejado. El suelo, cubierto de una densa vegetación me hacía cosquillas al andar.

Pero... tenía que estar soñando. No podía existir ese lugar lleno de vida salvaje cuando la naturaleza se había extinguido hace cientos de años. En el siglo XXVII lo único que poblaba la Tierra eran máquinas, robots... la tecnología en sí. Pero aún así... tan a mi alcance... tan real... pero imposible, ¿no?

Desperté con la respiración entrecortada, esa selva solo estaba en mi imaginación. Nunca la vería. Mi vida estaría marcada por la informática y la tecnología.

Ojalá me equivocara, ojalá pudiera seguir soñando.

¿Qué pasaría si no pudieras beber? Te morirías de sed, ¿no? ¿Y si no pudieras comer? Te morirías de hambre. Pues mi blog necesita tus comentarios para poder seguir vivo. ¡Necesita comentarios ricos y elaborados! Nota: ¡el spam le provoca indigestión!