Después de recorrer el largo pasillo donde
estaban las taquillas, llegué a la mía. La miré con temor, debía abrirla si no
quería retrasarme, pero temía que volviera a ocurrir. Suspiré. Con manos
temblorosas logré quitar el candado y lentamente abrí la puerta de la taquilla.
Me asomé y... allí estaba. El papel en el mismo sitio de siempre, medio
escondido entre mis libros, doblado minuciosamente. Tragué saliva y lo desdoblé.
Leí la frase:
"Sé dónde y cómo puedo encontrarte cuando
quiera".
El pulso me iba a mil por hora y un hilillo de
sudor me bajaba por la espalda. No podía seguir así, había llegado el momento
de pedir ayuda. Decidí tomarme el día libre excusándome por estar enferma. De
camino a casa saqué del bolsillo de mi chaqueta las otras notas. Hacía tres días
que sucedía lo mismo, todas las mañanas me encontraba con una nota en el
interior de la taquilla. Las releí una y otra vez:
" Sé quién eres", "Conozco a tu
padre", "Tienes una casa muy bonita". Un escalofrío me recorrió el cuerpo de la cabeza a
los pies. Esas advertencias, avisos, amenazas... debían de tener algo que ver
con mi padre, un rico gerente un poco desconfiado, lo que le hacía parecer
antipático; pero era todo lo contrario: amable, sincero, simpático... Que yo
supiera él no tenía ningún "enemigo", además, no recordaba a ninguna
persona desconocida en mi casa. Puede que nos estuviera espiando y por eso hacía
referencia a nuestra casa. Es verdad que éramos ricos, aunque lo intentábamos
disimular llevando una vida modesta.
Cada vez más nerviosa llegué a mi casa. No había
hablado con nadie sobre aquello, al principio pensé que sería una broma,
pero ya recibiera cuatro notas, todas con mensajes muy poco agradables. Al
entrar, posé mi mochila en mi cama, cogí el móvil y las llaves y salí de nuevo.
Fui directa a la comisaría. No pensaba involucrar en esto a mi familia,
sobretodo a mi padre. Él aparecía en una de las notas... y eso no era nada
bueno. Giré la esquina y ahí estaba, al fondo de la calle se encontraba el
edificio al que me dirigía.
Entré rápidamente, con la adrenalina corriendo
por mis venas no podía pensar con claridad y por culpa de ello casi me caí de
bruces. Esto llamó la atención de un policía. Tendría unos treinta y pico
y su rostro delataba su aburrimiento.
– Señorita, ¿se
encuentra bien? – le miré con recelo, no parecía un mal hombre.
– Por favor – casi
supliqué – necesito su ayuda. Alguien me acosa a mí y a mi familia.
Decidí no mostrarle de momento los papelitos. El
policía, interesado, me indicó que le siguiera. Me condujo hasta su oficina. Al
entrar, cerró la puerta.
– Para que nadie nos
moleste. – comentó. – ¿Cómo se llama? – preguntó entonces.
– Inés. – respondí ya
más tranquila. Él se solo se limitó a observarme pensativo. Ahora que lo
miraba más atentamente, había algo en él que comenzó a provocarme una extraña
sensación. Por fin exclamó:
– ¡Ya me acuerdo! Desde que
te vi intenté asociar tu cara con un nombre. Ya decía yo que me sonabas de
algo. – suspiró complacido por haberme reconocido. – Sí, es verdad. Sé quién
eres. – añadió alegremente. Esa frase hizo que todo mi ser intentara hacerse más
pequeño. – Además conozco a tu padre. – argumentó. Lo de antes podía ser una
casualidad, pero ahora sabía con certeza que tenía delante de mis narices a un
loco obsesionado. – Y... déjame decirte que tienes una casa muy bonita. –
volvió a mostrarme esa falsa sonrisa mientras por dentro me estaba muriendo de
miedo y el pánico me invadía por completo.
– Yo...
– Por cierto, ¿no deberías estar en
el instituto San Miguel con la profesora Blanca Gómez? – no era consciente de
haberle dicho nada sobre mi instituto ni mi profesora. De lo que sí era
consciente era que había estado siendo acosada mucho tiempo atrás de la aparición
de las notas en mi taquilla. Y él era mi acosador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario