Aquí os dejo el capítulo tres. Perdón por mi retraso, que no iba a ser tan largo, os lo juro. Por ello, me he esmerado mucho para que os guste y os siga animando a leer mi historia.
– Espera. – Ángela se paró y se
giró hacia mí. – ¿Los fantasmas comen?
– No. – Respondió y salió de la
habitación.
Me quedé con la boca semiabierta, sin
saber exactamente cómo reaccionar. Tragué saliva. Me llevé una mano a la cabeza
y me froté la sien, masajeándola lentamente. Puede que estuviese volviéndome
paranoica, al fin y al cabo, ¿qué más podía salirme mal? Estaba muerta, pero al
mismo tiempo no. Es decir, una muerta viviente… o una viva muerta. ¿Acaso sería
eso posible? Me levanté del sofá y comencé a caminar en círculos por el salón
sin saber muy bien qué hacer. Bufé resignada. Todo era un misterio tras otro y
ninguno sin explicación. Hablando de explicaciones…
– ¡Cuánto tarda en traer una cosa tan
simple! – me quejé en voz alta.
Me asomé al pasillo. “¿Dónde estoy?”
No se me había ocurrido preguntarlo. Temía perderme, pero ¿qué otra opción
tenía? Primero decidí escuchar atentamente por si se acercaba alguien, no
confiaba en nadie de allí, exceptuando a mis abuelos (que no sabía nada de
ellos desde que desaparecieron por la puerta) y Ángela. Nada, silencio. Recorrí
el pasillo hasta el final y me encontré con dos caminos a elegir. Podía seguir
de frente o torcer a la derecha. También estaba la posibilidad de volver al
salón, que era donde debía estar, pero deseché esa idea enseguida. Opté por
girar a la derecha. Cuando me encontraba ya a mitad del pasillo, frené en seco.
Algo en el ambiente me advertía que no iban bien las cosas. No se oía nada, y
ese era precisamente el motivo de mi inquietud. Lo normal es que al menos me
llegase un leve sonido, además, acababa de llegar a este lugar y se supondría
que la gente estuviese ajetreada, ¿no? Ni voces lejanas, ni el tic-tac de un
reloj, ni el zumbido de los fluorescentes. Solo calma. Pero una calma que
precede a la tormenta. De repente, una fuerte explosión no muy lejos de mi
posición me tumbó hacia atrás. Por un instante me quedé sorda, me dolía todo el
cuerpo por el impacto. El aire se volvió muy pesado y una nube de humo me tragó
en unos segundos. Logré destaponarme los oídos, aún así, mi cabeza daba
vueltas. Completamente a ciegas avancé tanteando las paredes para guiarme. No
tenía ni idea de adónde me dirigía. Entonces, una mano se posó sobre mi hombro
y yo lancé un chillido, parecido al de un roedor asustado. Me giré rápidamente
y observé que se trataba de Ángela.
– ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? –
pregunté casi a gritos. Ella me mandó callarme con un gesto y me sacudió. Me
obligó a mirarla a los ojos y me susurró:
– Tenemos que huir. – eso me puso más
nerviosa aún. Un montón de preguntas se agolparon en mi mente, más dudas
todavía, más misterios. Ángela me arrastró con ella. Se orientaba muy bien,
gracias a ello salimos enseguida de la zona con humo. Nos sería muy útil
atravesar las paredes, pero yo no podía hacerlo. Nos llegaban voces gritando y
armando alboroto, y a continuación comenzaron el resto de explosiones. Mi
compañera se alteró y pareció perder la orientación por un momento; sin
embargo, enseguida se repuso. Cuando pensé que ya no habría salida, llegamos a
un pasillo con una puerta secreta escondida detrás de unos paneles que parecían
formar parte de la pintura de la pared. Ángela la abrió y la atravesamos.
La luz me hizo daño en los ojos. Tuve
que parpadear varias veces para acostumbrarme. No sé cuánto tiempo estaría allí
dentro, pero aunque hubiese luz, esta no era natural. Sin vacilar ni un solo
minuto, la chica me volvió a coger y a llevarme como si fuera un saco pesado.
Nos encontrábamos en medio de un bosque. Miré atrás por un segundo. Lo que vi
fue un enorme edificio, completamente cubierto por un halo resplandeciente.
Estaba en llamas. Nos dirigimos hacia el interior del bosque, el sol se
encontraba en el punto más alto del cielo, y el calor era insoportable. Íbamos
buscando las sombras, veloces, conseguimos alcanzar un grupo de casas formando
una pequeña aldea, ni siquiera llegaban a constituir un pueblo. Se hallaban en
un claro del bosque y cerca había un lago. Allí vivía gente, perdida en la
naturaleza.
– ¿Dónde estamos? – pregunté.
– Chica, no te has movido de tu
provincia, seguimos en Asturias. – respondió ella más animada.
Gracias a Dios, Ángela detuvo su
carrera y me indicó que la siguiese. Nos acercamos a una de las casas. Esta
parecía deshabitada, las paredes eran de piedra y tenían alguna que otra
grieta. Los canalones goteaban agua y las ventanas estaban cerradas a cal y
canto.
– Espera aquí. Voy a entrar y te
abriré desde dentro. – la orden de Ángela era muy clara. No tardó ni dos
segundos en hacerlo.
La puerta se abrió y yo crucé, no sin
cierto temor. Aunque parecía unas ruinas por fuera, el interior se encontraba
en buen estado. Al pisar, unas tablas de madera crujieron ante mis pies. Entré
en la cocina detrás de Ángela y esta encendió las luces. La escena que me
encontré, mejor dicho, con quién me encontré, me aterró. En el suelo de la
estancia, se hallaba una señora vieja, su pelo canoso le caía sobre los
hombros, tenía la piel muy arrugada. Su mirada se clavó en mí. Al contrario
como sospechaba, me infundió calidez y alivio.
– ¿Quién eres? – me atreví a
preguntar.
– ¿Quién quieres que sea? – me
preguntó ella a su vez, esquivando mi pregunta. Eso me desconcertó. Miré a
Ángela para ver si me ayudaba.
– Tranquila, habla con ella. Aquí
estamos a salvo, no nos pueden hacer daño.
– Pero…
– Yo estaré fuera vigilando. Aún así,
no creo que se atrevan a venir aquí. – antes de que me diese cuenta ya había
atravesado los muros de la casa.
– Necesitas respuestas, ¿no? – la
anciana se dirigió a mí. Acertó. Asentí con la cabeza.
– Yo te las puedo aclarar. – tras oír
esto me animé un poco.
– ¿Es cierto?
– ¿Por qué iba a mentirte? No ganaría
nada, es más, perdería. – su actitud me desconcertaba.
– Vale, entonces, ¿sabrías decirme
por qué han explotado el edificio donde estaba?
– Claro. Pero primero, empecemos por
el principio. – supe que iba a ser larga esta conversación, así que me acomodé
en el suelo en frente de ella. – Supongo que Ángela te ha contado ya lo de tu
línea de vida, ¿no? Y no habrás entendido nada. – negué con la cabeza dándole
la razón – la mayoría de los fantasmas son normales. Me explico. Un fantasma
normal es aquel que cuando muere queda vagando por la Tierra tantos años como
ha vivido. Luego, se van.
– ¿A dónde? – mi curiosidad
interrumpió a la anciana.
– Pues a ningún sitio, sencillamente
se esfuman. – antes de que la volviera a interrumpir prosiguió – ¿Por dónde
iba? Como te decía, existen esos fantasmas, que son un 99% de las personas.
Pero el otro 1% son distintos y se llaman etéreos. Ellos no están muertos… pero
tampoco vivos. – comprendí que yo era una de ellos – Además, son muy
especiales. Tienen la capacidad, el poder, de retroceder en el tiempo hasta la
hora de su muerte y luego resucitar.
– Pero… – la señora alzó las manos y
no me dejó intervenir.
– Claro, eso supone una gran ventaja.
Todos querrían volver a vivir. Y no estaría nada mal, pero eso supondría un
aumento de la población, un desequilibrio de los seres vivos y no solo eso, la
codicia de los etéreos que resucitaran, les llevarían a perseguir a todos los
fantasmas iguales que ellos y quitarles el don. – hizo una pausa, la cual
aproveché para interrumpirle.
– ¿Y yo… soy una de ellos?
– sabía que era una pregunta estúpida, aún así asegurarme no me vendría
nada mal.
– No creí que fueras a ser tan
estúpida, no te pareces nada a tu tatarabuela. ¿No te parece que se
sobreentiende? – comentó con
cierto tono burlón y a la vez sarcásticamente. Hice caso omiso de su primera
frase, pero lo que dijo a continuación me resonaba en la cabeza.
– Repite lo que has dicho.
– ¿Que eres una niña tonta? –
entrecerré los ojos y la miré fijamente. Sabía detectar a la perfección cuándo
me mentían. Y ella lo estaba haciendo.
– Lo siguiente. – dije lentamente. Su
cara, ya pálida de por sí, se puso más blanca todavía.
– No dije nada. – repuso – ¿No tenías
muchas preguntas?
Me levanté del suelo y la miré
enfadada. Me molestaba mucho dejar las cosas a medias, pero no quería recibir
evasivas y mentiras. Era lo que menos necesitaba en ese momento.
– No tienes por qué ser tú quién
resuelva mis dudas. – di media vuelta y salí, dejando atrás a la probablemente
única persona que sabía todo lo que necesitaba saber.
En el exterior me esperaba Ángela, se
encontraba en una postura alerta. Cuando la miraba me parecía cada vez más
familiar y al mismo tiempo más desconcertante. Dirigí mis pasos hasta su
situación.
– ¿Qué? – preguntó ella al ver mi
expresión.
– Una pérdida de tiempo. – sus
facciones demostraron una visible decepción. – No pasa nada. – añadí para
tranquilizarla – ¿Adónde vamos ahora?
– Pues La sede de Muniellos está
claramente dañada. – vio mi pregunta en mis ojos – El edificio donde nos
encontrábamos y que explotaron. – aclaró – Iremos entonces a la de La Selva
Negra. – mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad. Selva Negra… Selva
Negra… ¿Alemania?
– Ehhh… ¿eso no es Alemania, si no me
equivoco? – Ángela me sonrió divertida.
– La misma. Tendremos que ponernos en
marcha. Y te prometo que por el camino te responderé a todas tus preguntas y te
resolveré todas tus dudas, ahora sí, nada me lo impedirá. – esta noticia ni
siquiera me alegró. La palabra Alemania se había metido en mi cabeza y se
resistía a salir.
– Alemania… – repetí ausente.
– ¿No te gusta viajar? – mi compañera
se puso en camino y yo la seguí, sin saber exactamente si no tendría a mi lado
a una fantasma loca de remate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario