25/2/14

Capítulo tres


Aquí os dejo el capítulo tres. Perdón por mi retraso, que no iba a ser tan largo, os lo juro. Por ello, me he esmerado mucho para que os guste y os siga animando a leer mi historia. 


­ – Espera. – Ángela se paró y se giró hacia mí. – ¿Los fantasmas comen?
– No. – Respondió y salió de la habitación.

Me quedé con la boca semiabierta, sin saber exactamente cómo reaccionar. Tragué saliva. Me llevé una mano a la cabeza y me froté la sien, masajeándola lentamente. Puede que estuviese volviéndome paranoica, al fin y al cabo, ¿qué más podía salirme mal? Estaba muerta, pero al mismo tiempo no. Es decir, una muerta viviente… o una viva muerta. ¿Acaso sería eso posible? Me levanté del sofá y comencé a caminar en círculos por el salón sin saber muy bien qué hacer. Bufé resignada. Todo era un misterio tras otro y ninguno sin explicación. Hablando de explicaciones…

– ¡Cuánto tarda en traer una cosa tan simple! – me quejé en voz alta.

Me asomé al pasillo. “¿Dónde estoy?” No se me había ocurrido preguntarlo. Temía perderme, pero ¿qué otra opción tenía? Primero decidí escuchar atentamente por si se acercaba alguien, no confiaba en nadie de allí, exceptuando a mis abuelos (que no sabía nada de ellos desde que desaparecieron por la puerta) y Ángela. Nada, silencio. Recorrí el pasillo hasta el final y me encontré con dos caminos a elegir. Podía seguir de frente o torcer a la derecha. También estaba la posibilidad de volver al salón, que era donde debía estar, pero deseché esa idea enseguida. Opté por girar a la derecha. Cuando me encontraba ya a mitad del pasillo, frené en seco. Algo en el ambiente me advertía que no iban bien las cosas. No se oía nada, y ese era precisamente el motivo de mi inquietud. Lo normal es que al menos me llegase un leve sonido, además, acababa de llegar a este lugar y se supondría que la gente estuviese ajetreada, ¿no? Ni voces lejanas, ni el tic-tac de un reloj, ni el zumbido de los fluorescentes. Solo calma. Pero una calma que precede a la tormenta. De repente, una fuerte explosión no muy lejos de mi posición me tumbó hacia atrás. Por un instante me quedé sorda, me dolía todo el cuerpo por el impacto. El aire se volvió muy pesado y una nube de humo me tragó en unos segundos. Logré destaponarme los oídos, aún así, mi cabeza daba vueltas. Completamente a ciegas avancé tanteando las paredes para guiarme. No tenía ni idea de adónde me dirigía. Entonces, una mano se posó sobre mi hombro y yo lancé un chillido, parecido al de un roedor asustado. Me giré rápidamente y observé que se trataba de Ángela.

– ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? – pregunté casi a gritos. Ella me mandó callarme con un gesto y me sacudió. Me obligó a mirarla a los ojos y me susurró:
– Tenemos que huir. – eso me puso más nerviosa aún. Un montón de preguntas se agolparon en mi mente, más dudas todavía, más misterios. Ángela me arrastró con ella. Se orientaba muy bien, gracias a ello salimos enseguida de la zona con humo. Nos sería muy útil atravesar las paredes, pero yo no podía hacerlo. Nos llegaban voces gritando y armando alboroto, y a continuación comenzaron el resto de explosiones. Mi compañera se alteró y pareció perder la orientación por un momento; sin embargo, enseguida se repuso. Cuando pensé que ya no habría salida, llegamos a un pasillo con una puerta secreta escondida detrás de unos paneles que parecían formar parte de la pintura de la pared. Ángela la abrió y la atravesamos.

La luz me hizo daño en los ojos. Tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme. No sé cuánto tiempo estaría allí dentro, pero aunque hubiese luz, esta no era natural. Sin vacilar ni un solo minuto, la chica me volvió a coger y a llevarme como si fuera un saco pesado. Nos encontrábamos en medio de un bosque. Miré atrás por un segundo. Lo que vi fue un enorme edificio, completamente cubierto por un halo resplandeciente. Estaba en llamas. Nos dirigimos hacia el interior del bosque, el sol se encontraba en el punto más alto del cielo, y el calor era insoportable. Íbamos buscando las sombras, veloces, conseguimos alcanzar un grupo de casas formando una pequeña aldea, ni siquiera llegaban a constituir un pueblo. Se hallaban en un claro del bosque y cerca había un lago. Allí vivía gente, perdida en la naturaleza.

– ¿Dónde estamos? – pregunté.
– Chica, no te has movido de tu provincia, seguimos en Asturias. – respondió ella más animada.

Gracias a Dios, Ángela detuvo su carrera y me indicó que la siguiese. Nos acercamos a una de las casas. Esta parecía deshabitada, las paredes eran de piedra y tenían alguna que otra grieta. Los canalones goteaban agua y las ventanas estaban cerradas a cal y canto.

– Espera aquí. Voy a entrar y te abriré desde dentro. – la orden de Ángela era muy clara. No tardó ni dos segundos en hacerlo.

La puerta se abrió y yo crucé, no sin cierto temor. Aunque parecía unas ruinas por fuera, el interior se encontraba en buen estado. Al pisar, unas tablas de madera crujieron ante mis pies. Entré en la cocina detrás de Ángela y esta encendió las luces. La escena que me encontré, mejor dicho, con quién me encontré, me aterró. En el suelo de la estancia, se hallaba una señora vieja, su pelo canoso le caía sobre los hombros, tenía la piel muy arrugada. Su mirada se clavó en mí. Al contrario como sospechaba, me infundió calidez y alivio.

– ¿Quién eres? – me atreví a preguntar.
– ¿Quién quieres que sea? – me preguntó ella a su vez, esquivando mi pregunta. Eso me desconcertó. Miré a Ángela para ver si me ayudaba.
– Tranquila, habla con ella. Aquí estamos a salvo, no nos pueden hacer daño.
– Pero…
– Yo estaré fuera vigilando. Aún así, no creo que se atrevan a venir aquí. – antes de que me diese cuenta ya había atravesado los muros de la casa.
– Necesitas respuestas, ¿no? – la anciana se dirigió a mí. Acertó. Asentí con la cabeza.
– Yo te las puedo aclarar. – tras oír esto me animé un poco.
– ¿Es cierto?
– ¿Por qué iba a mentirte? No ganaría nada, es más, perdería. – su actitud me desconcertaba.
– Vale, entonces, ¿sabrías decirme por qué han explotado el edificio donde estaba?
– Claro. Pero primero, empecemos por el principio. – supe que iba a ser larga esta conversación, así que me acomodé en el suelo en frente de ella. – Supongo que Ángela te ha contado ya lo de tu línea de vida, ¿no? Y no habrás entendido nada. – negué con la cabeza dándole la razón – la mayoría de los fantasmas son normales. Me explico. Un fantasma normal es aquel que cuando muere queda vagando por la Tierra tantos años como ha vivido. Luego, se van.
– ¿A dónde? – mi curiosidad interrumpió a la anciana.
– Pues a ningún sitio, sencillamente se esfuman. – antes de que la volviera a interrumpir prosiguió – ¿Por dónde iba? Como te decía, existen esos fantasmas, que son un 99% de las personas. Pero el otro 1% son distintos y se llaman etéreos. Ellos no están muertos… pero tampoco vivos. – comprendí que yo era una de ellos – Además, son muy especiales. Tienen la capacidad, el poder, de retroceder en el tiempo hasta la hora de su muerte y luego resucitar.
– Pero… – la señora alzó las manos y no me dejó intervenir.
– Claro, eso supone una gran ventaja. Todos querrían volver a vivir. Y no estaría nada mal, pero eso supondría un aumento de la población, un desequilibrio de los seres vivos y no solo eso, la codicia de los etéreos que resucitaran, les llevarían a perseguir a todos los fantasmas iguales que ellos y quitarles el don. – hizo una pausa, la cual aproveché para interrumpirle.
– ¿Y yo… soy una de ellos? – sabía que era una pregunta estúpida, aún así asegurarme no me vendría nada mal.
– No creí que fueras a ser tan estúpida, no te pareces nada a tu tatarabuela. ¿No te parece que se sobreentiende?  – comentó con cierto tono burlón y a la vez sarcásticamente. Hice caso omiso de su primera frase, pero lo que dijo a continuación me resonaba en la cabeza.
– Repite lo que has dicho.
– ¿Que eres una niña tonta? – entrecerré los ojos y la miré fijamente. Sabía detectar a la perfección cuándo me mentían. Y ella lo estaba haciendo.
– Lo siguiente. – dije lentamente. Su cara, ya pálida de por sí, se puso más blanca todavía.
– No dije nada. – repuso – ¿No tenías muchas preguntas?

Me levanté del suelo y la miré enfadada. Me molestaba mucho dejar las cosas a medias, pero no quería recibir evasivas y mentiras. Era lo que menos necesitaba en ese momento.

– No tienes por qué ser tú quién resuelva mis dudas. – di media vuelta y salí, dejando atrás a la probablemente única persona que sabía todo lo que necesitaba saber.

En el exterior me esperaba Ángela, se encontraba en una postura alerta. Cuando la miraba me parecía cada vez más familiar y al mismo tiempo más desconcertante. Dirigí mis pasos hasta su situación.

– ¿Qué? – preguntó ella al ver mi expresión.
– Una pérdida de tiempo. – sus facciones demostraron una visible decepción. – No pasa nada. – añadí para tranquilizarla – ¿Adónde vamos ahora?
– Pues La sede de Muniellos está claramente dañada. – vio mi pregunta en mis ojos – El edificio donde nos encontrábamos y que explotaron. – aclaró – Iremos entonces a la de La Selva Negra. – mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad. Selva Negra… Selva Negra… ¿Alemania?
– Ehhh… ¿eso no es Alemania, si no me equivoco? – Ángela me sonrió divertida.
– La misma. Tendremos que ponernos en marcha. Y te prometo que por el camino te responderé a todas tus preguntas y te resolveré todas tus dudas, ahora sí, nada me lo impedirá. – esta noticia ni siquiera me alegró. La palabra Alemania se había metido en mi cabeza y se resistía a salir.
– Alemania… – repetí ausente.
– ¿No te gusta viajar? – mi compañera se puso en camino y yo la seguí, sin saber exactamente si no tendría a mi lado a una fantasma loca de remate.

20/2/14

Letal


El olor a velas inunda mi olfato. Arrugo la nariz. Toda mi vida odiando estos sitios y ahora me encuentro aquí por voluntad propia. Irónico, ¿no? La iglesia está sumida en la oscuridad, los cirios apenas iluminan el espacio. Observo todo con atención, cada detalle, por si tengo que poner los pies en polvorosa. Solo hay dos ancianas rezando en una esquina, una madre con dos hijos y un señor fotografiando un retablo.

Me relajo momentáneamente, no están aquí. Lentamente, como un ciudadano normal, me dirijo al fondo de la iglesia en el que se hallan esas especies de habitáculos donde la gente cuenta sus pecados al sacerdote. Entro en uno de ellos, el que parece estar más iluminado. En el interior me encuentro con un pequeño asiento de madera, aún así, no lo uso. Me gusta tener controlada la situación, y sentarme es señal de descanso, de relajación. El sacerdote está al otro lado, no lo veo por la poca luminosidad, pero oigo su respiración lenta y pausada. Me aclaro la garganta.

– Mmm… Querría confesarme. – digo lo más natural posible.
– Adelante. – me anima una voz profunda.
– Antes de contárselo, ¿me promete que no dirá nada de lo que le diga? – pregunto cautelosamente.
– Pues claro, hijo de Dios. – ese comentario me sabe a ácido podrido pero me muerdo la lengua – los sacerdotes no revelamos los pecados. Son total y absolutamente confidenciales.
– ¿Seguro? – insisto – ¿A nadie?
– Joven, ¿va a confesarse o no? – el cura pierde un poco la paciencia.
– Es muy grave lo que le voy a decir. Quiero denunciar un asesinato. – al oír esto el presbítero se revuelve en su asiento. Sabía que iba a reaccionar así.
– Chico, ¿está seguro de lo que dice?
– Si no lo estuviera no me encontraría aquí, ¿no cree? – él se queda en silencio, supongo que digiriendo la información que le acabo de soltar. Sonrío fríamente. – Le avisé de que era muy grave.
– Está usted loco, chico. Váyase, ahora. – dice alzando un poco la voz, lo que llama la atención de la gente que está en la iglesia, aunque enseguida siguen a lo suyo.
– No, no estoy loco. – argumento – Sé muy bien lo que hago.
– Bueno, ¿y quién ha muerto? – pregunta el cura con un poco de guasa, ahora sí que ya no me cree ninguna de las palabras que le digo. Eso me cabrea.
– Parece que no está muy interesado en mis “pecados”. ¿Y si le dijera que son mis padres los fallecidos? – mi tono de voz es cortante, como el filo de una espada. Pienso que después de esta revelación el religioso se lo tomará más en serio, pero me decepciono. En vez de asentir o decir un “lo siento”, ríe.
– Bueno, bueno. Hoy me ha tocado un chico con imaginación. – la sangre me hierve por dentro. Intento calmarme un poco más.
– También le puedo decir quién es el asesino.
– ¡Oh! Pues no espere más, ¡estoy impaciente por descubrirlo!
– Mire, no me cabree porque no sabe en absoluto quién soy. – amenazo.
– Pues dígamelo. – añade riéndose por lo bajo.
– Soy el asesino de mis padres y… – su risa se incrementa, pero entonces levanto la pistola que llevaba escondida y dejo que él la pueda observar con claridad. La escasa luz sirve perfectamente para que su vista descubra qué tiene ante sus narices.
– ¿Qué hac…?

No le dejo acabar su frase.
¡Bum!

– … Y desgraciadamente el de un cura.

Me deslizo sigilosamente y salgo de ese maldito lugar. La imagen del sacerdote mirando mi arma me hace sonreír. Sus ojos bailaban delante de mí y empezaba a temblar de miedo. Estúpido. Si hubiese sabido cómo era no se habría atrevido a mofarse de mí. Porque, ¿qué cómo soy?

Supongo que como una viuda negra, la más peligrosa de las arañas, la más letal. Eso es, soy letal.

14/2/14

Querido Mario


Querido Mario,

Dicen que el amor está donde menos te lo esperas: en el café de la esquina, en el banco del parque más cercano, paseando a tu lado en un centro comercial… o, en mi caso, sentada en tu misma clase. ¿Cómo explicarte lo irónico de la situación? Llevo meses enamorada de ti y no me atrevía a acercarme por miedo al rechazo. Y hoy me encuentro con esta carta en la que me declaras tu amor… Me siento ridículamente estúpida, y me apena pensar que he perdido tanto tiempo de estar contigo por un temor infundado.

Quiero decirte que me encantas, siempre lo has hecho. Me gustas cuando tartamudeas de puro nerviosismo, cuando bajas la mirada en un alarde de timidez, cuando siento la atención de tus profundos ojos negros sobre mí. Me gustas cuando te sonrojas como un niño pequeño, y cuando crees que no te escucho y te ríes libremente. Me encanta tu risa, sincera e inocente.

Y por supuesto que recuerdo aquel día, en la excursión… Me lo estaba pasando bien con mis amigos, pero no podía evitar darme la vuelta constantemente para comprobar si estabas cerca, si me veías. Y tú estabas tan solo… Creí que rechazarías el ofrecimiento de venir con nosotros. Nunca fuiste demasiado extrovertido, pero ese es uno de los muchos encantos que desconoces que tienes. El pequeño incidente del refresco no me molestó lo más mínimo, al contrario, me hizo reír. No debes preocuparte por eso.

Así que supongo que todo esto podría resumirse con un “Yo también estoy enamorada de ti”, pero sería demasiado directo, demasiado simple, cuando la realidad dista mucho de ser sencilla. Además, te conozco, sé que estarás pensando que esta carta no es más que una broma cruel para reírme de ti. Pero créeme, no lo es.

¿Quieres una prueba? Esta mañana encontré tu mensaje entre las páginas de mi libreta, y lo primero que hice fue ponerme a elaborar la respuesta. La dejé entre las raíces del viejo roble del patio. Sí, justo donde sueles sentarte a pensar. Sí, justo donde estás ahora mismo, leyendo mi carta.

Llevo un rato esperando verte aparecer, sentada a la sombra, unos metros más allá. Seguro que no sabes dónde estoy.

Pero, ¿y si te das la vuelta? No, no te gires todavía. Piensa primero en lo que te estoy diciendo. Cuando me veas, estaré sonriendo. Será mi manera de decirte que te quiero. Que me encantas tal y como eres, con todos tus defectos y tus virtudes. Que estoy totalmente enamorada de ti.

¿Estás preparado?

Ahora. Date la vuelta.

¿Puedes ver mi sonrisa?

Alicia

Querida Alicia


Cada vez que te veo mi corazón se acelera, mis ojos de iluminan. Cuando nos cruzamos por los pasillos siempre intento hablar contigo, pero entonces es como si olvidara hablar, las palabras se me atascan en la garganta. 


Tú, una chica tan lista, tan guapa, tan risueña, tan espontánea, tan... tú... No te pareces nada a mí, un chico que solo aprueba por los pelos, que ni siquiera es capaz de hablar con una chica, tan tímido, tan... yo... No hace falta que resalte que somos polos opuestos, como el blanco y el negro, el agua y el aceite, el cielo y la tierra.

Cuando te sientas delante de mí en la clase, en cierto modo me distraes. Paso todas las horas mirándote, cómo tu largo y lacio rubio cabello cae como una cascada y se posa suavemente sobre tus hombros. Tus claros ojos destacan sobre los míos, oscuros como pozos negros. Esa sonrisa tan radiante que siempre llevas en tu cara es capaz de deshacerme por dentro.

Supongo que recordarás aquel incidente en la excursión de final de curso, cuando te tiré el refresco por tu camiseta y tuviste que llevar todo el día esa horrible mancha ahí. Pensarías que era un estúpido, un inútil y un torpe. Pero el pequeño accidente se produjo porque te dirigiste a mí como a un amigo. ¿Te acuerdas? "Si quieres puedes venir con nosotros" dijiste amablemente, y señalaste el grupo en el que estabas. Me puse tan nervioso que al abrir el refresco se cayó todo por encima tuyo. Fui un idiota, ni siquiera te ayudé a limpiarlo, estaba tan anonado que tan solo me disculpé y me marché. 

Todas estas "cursiladas" que te escribo son mis sentimientos hacia ti, los que nunca pude, ni puedo, decirte cara a cara, porque soy un cobarde. Sí, lo soy. Más de una vez tuve la ocasión de hablar contigo y no lo hice. Más de una vez me pillaste mirándote y yo, sonrojándome, miraba rápidamente hacia otro lado. Supongo que estos son los "síntomas" de estar enamorado, ¿no? Pero no sé si tú también sientes lo mismo, si al menos me consideras un amigo, o si ni siquiera te importo...

No espero que ahora cambies tu relación conmigo, que me trates mejor ni peor. Solo quiero que sepas lo que siento por ti, lo que he sentido siempre.

Mario


San Valentín 2014

¡Feliz día de los enamorados! Hoy es un día muy especial para todas aquellas parejas. Por ello, desde La Sombra de tus Ojos celebraremos este día con un Especial San Valentín! 

Aquí os dejo dos cartas de amor:


Querida Alicia (escrita por Lurei Book)
Querido Mario (escrita por Merianne Abévaz)


Os dejo el link del blog "Las Quimeras de Tinta" de Merianne Abévaz: 

www.lasquimerasdetinta.blogspot.com.es

8/2/14

Perfección



Humanos ingenuos. Observo el paisaje desde mi posición privilegiada. Un precioso y lujoso piso situado en el centro de Dubai. Sí, en los mismísimos Emiratos Árabes Unidos, en la ciudad del mundo que más ha crecido en la última década. Todo lujo, cada vez más solicitado por los viajeros. ¿Y por qué, se puede saber? ¿Por qué precisamente este lugar, donde lo único que se hace es gastar dinero? Pues yo os lo diré, porque los humanos solo buscáis la perfección, las comodidades, lo destacado, lo brillante.
Esta ciudad lo tiene todo, no hay ningún solo rincón que no contenga algún material cuyo valor sea inferior a miles de euros o incluso millones. Así que pensáis: “Dubai es el sitio perfecto” Y lo más curioso es que sois tan arrogantes, unas criaturas tan creídas, que incluso teniendo o no la posibilidad de poder vivir aquí desearíais con todas vuestras fuerzas disponer de tanto lujo todos y cada uno de los días de vuestra mísera vida.
Pero, ¿y qué hay de la maravillosa selva del Amazonas, de las impresionantes cataratas del Niágara, o simplemente del bosquecillo de vuestro pueblo? Claro, como solo hay bichos que os perturban y os ponen histéricos y no tenéis a mano vuestro querido y amante teléfono móvil…  Asquerosos. Eso sí que es una gran obra , la actividad humana no interviene y es simplemente magnífico. Aún así, como sois los creadores de esta ciudad pensáis que poseéis una gran mente, una capacidad de poder erigir una metrópoli entera.
No sabéis apreciar La Creación, la Naturaleza. ¿Es que no os dais cuenta de que los humanos constituís un peligro para el mundo entero? Sois los destructores de vuestro propio hábitat, ¿eso no demuestra ya vuestra estupidez? Por favor, miraos. Observaros. Si tan poderosos sois, entonces ¿por qué no acabáis de una vez por todas con las enfermedades, las plagas y epidemias, la contaminación? Espera, eso no sabéis hacerlo, ¿me equivoco?
Claro que no.
¿Y cuál es la razón?
Pues se resume en una sola palabra: imperfectos. Aunque cuando leáis esto, desdichados humanos, me criticaréis. Diréis: “¿Nosotros? ¿Imperfectos? Ja.”
Pero es la verdad, yo soy vuestro Dios. La reencarnación de la perfección en un ser. Y qué queréis que os diga, ya me habéis hartado hace mucho, mucho tiempo. ¿Vuestro castigo?
Ver con vuestros propios ojos cómo destruís vuestro propio planeta.
¿Qué hasta cuándo durará este proceso?
Hasta vuestra extinción.



Nota: Este relato está inspirado en el libro de Laura Gallego Dos Velas Para El Diablo
No aparecen demonios, ni ángeles, ni fantasmas... lo sé. Pero hace referencia a la manera en la que los humanos" destruimos" el planeta. Si todavía no os lo habéis leído , os aseguro que os encantará.


¿Qué pasaría si no pudieras beber? Te morirías de sed, ¿no? ¿Y si no pudieras comer? Te morirías de hambre. Pues mi blog necesita tus comentarios para poder seguir vivo. ¡Necesita comentarios ricos y elaborados! Nota: ¡el spam le provoca indigestión!